Manuel Malaver: Henry Ramos vs Maduro o el regreso del Poder Civil en Venezuela

No creo que este sea el último enfrentamiento entre el Poder Civil y el Poder Militar en Venezuela en lo que resta de siglo, pero sí uno en el cual el ganador lo será por las próximas cinco o más décadas y el perdedor no solo entrará en un largo y escabroso eclipse, sino que incluso correrá el riesgo de desaparecer.

Afirmación que viene de mi convencimiento de que el Poder Civil empezó a restablecerse con los resultados de las elecciones parlamentarias del 6D, los cuales determinaron con la mayoría absoluta que le fue atribuida a la oposición que, había llegado la hora del regreso de la democracia y el fin de 17 años de gobiernos militaristas y autoritarios.

Es un signo de los tiempos, reacios a la violencia, ilegalidades y violaciones de los derechos humanos que, por lo general, derivan de poderes ejecutivos fuertes y contaminados de abuso y arbitrariedad militar.

Y no quiere decir que las Fuerzas Armadas –siempre tan necesarias e imprescindibles en cualquier sociedad democrática y civilizada- vayan a cesar en sus funciones, sino que, como nunca, se les mantendrá bajo el cerrojo de la Constitución y las Leyes.

Fuerzas Armadas pero profesionales, apartidistas, apolíticas, obedientes y no deliberantes, reducidas a sus cuarteles y lo más alejadas posible de ideologías antidemocráticas, caudillistas y salvacionistas, como que su misión es la defensa del territorio nacional y la salvaguarda de los principios y derechos contenidos en la Carta Magna.

La Constitución del 61 navegó por esas aguas, pero habiendo renacido la democracia en un proceso donde la presencia militar fue inevitable e invalorable, resultó imposible entonces que, una vez derrotados el perezjimenismo y la insurgencia guerrillera, los hombres de uniformes no hicieran uso de sus “malos fueros”.

Si se me permitiera un símil, diría que aspiro ver una Fuerza Armada Nacional futura como las que actualmente existen en Chile, Argentina, Uruguay, y hasta en Brasil, las cuales, después de encabezar las pavorosas dictaduras que azotaron al Cono Sur durante mediados los 70 y los 80, han terminado aceptando una verdad sencilla pero trascendental: los militares en los cuarteles y los partidos en la política.

Y Dios me libre de afirmar que la FAN incurrió en las atrocidades de los Pinochet, Videla, Galtieri y Figueredo, pero sí que apoyaron dos regímenes castrochavistas contrarios al interés nacional, enemigos de la Constitución y las leyes, que violaron y violan los derechos humanos y que han propiciado una corrupción generalizada que ha dado cuenta de tres billones y medio de dólares que constituían la última reserva para que Venezuela se desarrollara, prosperara y anclara como un país libre y civilizado.

Lo más criminal, involucrando y casi que imponiendo a los oficiales su participación y complicidad en los ilícitos, como una fórmula de mantenerlos extorsionados y atados al carro de sus corruptelas.

En stricto senso, una destrucción programada y deliberada de la FAN para privilegiar la formación de milicias, reservas y colectivos que es con quienes se sienten más protegidos los revolucionarios, socialistas y totalitarios.

De modo que, deben los oficiales democráticos y constitucionalistas que mayoritariamente integran la Fuerza Armada Nacional, decidir en esta hora crucial para Venezuela y los venezolanos, si apoyan a una élite corrupta, incompetente y anacrónica, que dice militar en una ideología perversa que fue rechazada por 3000 millones de personas durante el siglo pasado por contraria a la naturaleza humana, e idealmente dotada para propiciar la ocupación extranjera, tal y como ha sucedido con la presencia ilegal en la patria de Bolívar del gobierno de Cuba y sus tropas de asalto.

Deben decidir si regresan al seno de la heredad común que nos legó el Padre Libertador para que todos conviviéramos en ella, civiles y militares, negros y blancos, ricos y pobres, derechistas e izquierdistas y sin estar persiguiéndonos unos a otros por pensar distinto y por delitos de conciencia.

Extrañamente, la actual contienda entre el Poder Civil y el Poder Militar en Venezuela no encuentra enfrentados a un civil y a un militar, sino a un civil y a un civil, pero asumiéndose este último como un “militarista” que, en la onda de su antecesor, Chávez (que sí lo era) aspira protegerse bajo las bayonetas para contener la arremetida de un pueblo castigado por el hambre, la inseguridad, la corrupción y la opresión.

Es un señor, Maduro, electo presidente en unas elecciones tumultuosas cuyos resultados fueron y siguen siendo protestados, que no termina de aclarar si es venezolano o extranjero, cuál es su profesión y grado de escolaridad, y que se vanagloria de la ruina a que ha conducido al país y de las violaciones de los derechos humanos que perpetra a diario.

Hijo del bochinche que se instaló en el país a raíz del 4 de febrero del 92 y que no produjo otro resultado que destruir a Venezuela y hacerla pasto de las dentelladas de ilegales, corruptos, y aventureros de todo tipo.

Una flor mustia de la antipolítica, sin dotes siquiera para el show, sin capacidad para hilar un discurso medianamente coherente y disparado a arrastrar a un sector muy importante de la FAN a una aventura de la cual no pueden salir sino más cuestionadas y devaluadas.

Para representar al Poder Civil en el choque, las mayorías nacionales -representadas en el voto del electorado del 6D-, eligieron al Secretario General de Acción Democrática, Henry Ramos, un político curtido en el aporte de su partido a la fundación y consolidación de la democracia y en las batallas que empezaron a darse desde el 4 de febrero del 92, para que la mejor Venezuela no se perdiera.

Líder controversial, quizá santo sin devociones muy crecientes ni frecuentes, pero con una suerte de paciencia fraguada en la mejor escuela betancouriana, que no suelta prendas a la hora de dejar entrever fecha y destino del viaje.

El fenómeno y la sorpresa política del momento, con la capacidad suficiente para desestabilizar al gobierno de Maduro por su sola presencia, e ir hilando políticas que cada día lo aproximan a una solución donde, ya sea a través del diálogo o la imposición de salidas constitucionales, la AN vuelva a restablecer el Poder Civil en Venezuela.

Pero Henry Ramos es más que una sorpresa, fenómeno o fuerza desestabilizadora, y puede deletrearse mejor como un hábil político que ha interpretado correctamente el mandato recibido del pueblo a través de los resultados electorales del 6D, que establecen que la AN debe recuperar la Constitución y pasar al control de todos los poderes.

Se han desencadenado muchos sucesos en Venezuela a raíz de las elecciones del 6D y tal vez el más importante sea el traspaso de poderes que se operó en el ámbito de la relación Legislativo-Ejecutivo, siendo imposible una coexistencia entre los dos, si el último no se somete al espíritu y la letra de la Constitución.

Henry Ramos y Nicolás Maduro frente a frente en estos comienzos del 2016 que, son también los del final de una pesadilla durante la cual pudo desaparecer Venezuela, si sus líderes democráticos no se empeñan para que el resultado de sus luchas no fuera distinto del que estamos viviendo.