Manuel Malaver: Adiós a las armas

Manuel-Malaver

Les tocó a los tenientes coroneles, o mayores, o capitanes, o lo que fueran, Diosdado Cabello y Pedro Carreño, ser los militares más visibles en la despedida de la última dictadura que -me atrevo asegurar- soportará Venezuela en toda su historia.

 

Un extravío, un lapsus, un aborto, un incordio, un grito, un edema que, a veces se disfrazó de mesianismo, otras de civilismo, las más de populismo para terminar deshilachado en un amasijo de corrupción, narcotráfico y delincuencia organizada y desorganizada que dio cuenta de, por lo menos, tres billones y medio de dólares que fue el total de los ingresos petroleros del país en los últimos 15 años, y hoy deben estar en las cuentas de los narcosobrinos, Rafael Ramírez, Raúl Castro, Timochenko, Diego Salazar, Roberto Rincón y el Chapo Guzmán.

 

Por eso, Cabello y Carreño o Carreño y Cabello –regordetes, malhumorados, o como diría Rubén Blades: “vestidos a la última moda y perfumados”- no estaban ahí por azar o por un capricho del protocolo o los olvidos, sino porque eran y son los “perfectos” Pedro Navaja de incontables crímenes contra la Constitución y las leyes, los códigos penal, civil y mercantil, las normas elementales de urbanidad y civismo y esa Gramática Castellana que vejaron como les dio la gana, como si el idioma de Cervantes figurara entre los primeros de su larga lista de “fusilables”.

 

Y quiso la historia –quizá por sus ironías o por sus misterios o su irresponsabilidad pura y simple- que estuvieran ahí, en la mañana del 5 de enero de 2015, en la juramentación de la mayoría absoluta de la nueva Asamblea Nacional, seguidos por 29 millones de venezolanos, 300 de latinoamericanos y los 2000 que hacen el resto del tercio de los medios impresos, radioeléctricos y las redes mundiales, que no querían perderse la última versión del clásico en que, un David histórico, lanza su honda contra un Goliat torpe, confuso, ancho, grasiento y destemplado.

 

Regañados, desplumados, apostillados, conminados a guardar silencio y sentarse, a oír y respetar las palabras y opiniones ajenas, no como los apocalípticos que eran o creían ser, sino como ciudadanos sujetos, como todos los ciudadanos, a ganar y perder y comprender que triunfo y derrota no significan en la sociedad civil arrebato y llamado a las armas.

 

Y oyeron y se callaron y acataron, pero no a otro militar de igual o superior jerarquía o graduación, sino a un líder civil, salido de la fragua de la democracia venezolana, que por 17 años no se rindió y era como si toda su carrera política de intensas cuatro décadas estuviera ahí, tejida y contenida para vivir ese momento, su largo y eterno momento.

 

Henry Ramos Allup, de 72 años (parece), de Valencia (“la de Venezuela”, como le gustaba decir a José Rafael Pocaterra), adeco, de los que uno se encuentra por ahí, sin escoltas, ni afán por las tribunas o el silencio, abierto a dar opiniones si se las piden, y si no, a seguir de largo, con fama de antipático porque no anda besando viejitas ni cargando recién nacidos y con una idea más bien modesta de la política, de lo que se puede o no hacer en política.

 

Y diciéndoles siempre a los militares: “Váyanse a sus cuarteles, que es donde establecen la Constitución y las Leyes y son útiles, y no le hagan caso a caudillos de burriquitas, ni de actos infantiles en los colegios, que los usan para enriquecerse y mueren después en sus excesos, y los dejan ensartados, trastocados en generales del ridículo para justificar lo injustificable y sin cara ni vergüenza para mirar a los ojos a sus padres, sus hijos, sus esposas y un país. Y, lo que es peor, clamando por una Ley del Perdón, que no puede, sino momentáneamente, garantizarles impunidad porque tarde o temprano irán presos. Pinochet remember”.

 

Pero, más allá de decires y enfrentado a la responsabilidad inmensa de dar los primeros pasos para iniciar la transición de un gobierno militar-cívico o cívico-militar a uno civil-civil –en el cual, por los daños inferidos a la institucionalidad y a la estructura política y económica, los cráteres lucen insondables e irreparables- Henry Ramos deberá buscar y encontrar lo mejor de sí mismo y de los hombres y mujeres que lo rodean.

 

En primer lugar, tiene que allanar el camino para que lo que queda de poder militar representado en el ejecutivo que preside Maduro, se vaya zafando con prisa pero sin apuros, de una manera constitucional y no dictatorial y recurriendo al poder delegado por 7.707. 424 votos que, emitidos para que la dictadura se vaya por donde entró, exige sea sin recurrir a la violencia y la contraconstitucionalidad.

 

Para ello es, indispensable, que Maduro atienda el llamado de ponerle fin a la actual crisis económica –no la causa sino el efecto del modelo socialista y estatólatra que destruyó la estructura productiva del país, lo hizo extremadamente dependiente del petróleo mientras desvalijaba y descuartizaba a Pdvsa-, logrando el retromilagro de que seamos el otro país de América, al lado de Cuba, con masas de hambrientos en las calles, de gente que se muere a diario por falta de medicinas y equipos médicos e indefensos ante una ola de criminalidad que, en el año 2015, cobró la vida de 27.000 venezolanos.

 

Somos, también, el país más corrupto del hemisferio occidental, y quizá del mundo, con cientos de miles de millones de dólares colocados escandalosamente por altos y medianos funcionarios del régimen en sus cuentas de paraísos fiscales como la Banca de Andorra y el HBSC, y relacionados del gobierno, como Roberto Rincón, presos y juzgados en cortes de Estados Unidos por fortunas imposibles de justificar, calcular, ni cifrar.

 

El último de los países en incorporarse a la “Internacional del Narcotráfico”, con un cartel que, no por nuevo, deja de hacer historia al lado de los colombianos y mexicanos y es objeto en el mundo de análisis, estudios e investigaciones porque sería la primera narcorganización creada por y desde un Estado.

 

Hablamos del “Cartel de los Soles”, del cual se dice tiene raíces e irradiaciones en el alto gobierno y una capacidad y extensión de operaciones que están haciendo olvidar a Pablo Escobar Gaviria, los Rodríguez Orejuela, Rodríguez Gacha, los Arellano Félix y al mismísimo Chapo Guzmán.

 

¿Quiénes son, cuántos son, cómo se llaman y cuáles son sus hazañas y batallas en el “nuevo heroísmo” que pregonan los corridos mexicanos y narconovelas como la “Reina del Sur”, “Las Muñecas de la Mafia”, y “El Capo”?

 

No se sabe con toda precisión, pero sin duda no faltarán en los aquelarres con que un poder militar corrupto y corruptor trata de resistir en las calles de Caracas un cambio sobre el que las mayoría del país ya se pronunció y solo esperan que se cumpla a la brevedad y en el marco de la Ley.

 

Sobre todos, o algunos de estos temas, tendrá Maduro que oír a Henry Ramos, y mostrar disposición para el cambio que, en ningún sentido quiere desconocer su investidura, pero siempre y cuando no siga prestándose a la destrucción de Venezuela.

 

Si no, tendrá que colgarse de la nostalgia en cualquiera de los sitios en que le toque pasar sus últimos días y tarareando una canción que, confesó una vez, le gusta muchísimo:

 

“Por la esquina del viejo barrio lo vi cruzar, con el tumbao que tienen los guapos al caminar, lentes oscuros pa’ que no sepan que está mirando y un diente de oro que cuando ríe se ve brillando”.

 

O quizá prefiera algo más actualizado, como el corrido de “Los Cuates de Sinaloa” a Doña Teresa Mendoza, la Reina del Sur: “Un día desapareció, Teresa la mexicana, dicen que está en la prisión, otros que vive en Italia, en California o Miami de la Unión Americana”.

 

Pero es uno de los retos, porque el otro es habérselas con una oposición democrática venezolana diversa, arisca, joven, díscola, merecedora al premio Nobel de la Paz 2016 “porque se propuso derrotar al primer totalitarismo del siglo XXI en paz y lo logró”, integrada por demócratas y defensores de los derechos humanos a cual más cabales y decididos a continuar la lucha sin pausas, plazos, ni fronteras.

 

Conozco a la mayoría: Antonio Ledezma (sobre quien acabo de escribir un libro), Leopoldo López, Julio Borges, María Corina Machado, Henrique Capriles, Chúo Torrealba, Freddy Guevara, Manuel Rosales, Lilian Tintori, Richard Blanco, Enrique Márquez, Mitzy de Ledezma, Omar Barboza y tantos otros sobre quienes cae la responsabilidad de no olvidar sus principios, pero para que Venezuela recupere este mismo año su democracia.

 

Santo Grial que implica la recuperación de la economía, pero también que los 10 millones de armas que los apocalípticos sembraron a lo largo y ancho del país para el crimen, sean recogidos y enterrados, y de nuevo, el más hermoso título que pudo crearse para una novela o un artículo sea realidad:

 

“Adiós a las armas”.