Jaime Bayly: Todo, lentamente

Jaime-Bayly

La compañía de seguros no se comunica conmigo para decirme qué pasará con mi auto chocado. Han pasado dos semanas desde el siniestro y todavía no me dicen nada. así comienza su artículo de opinión Jaime Bayly

Mi mujer quiere comprar un perro. Le pregunto por qué de pronto necesita un perro. Me dice porque necesito amor. Le digo que me opongo a tener un perro en la casa. Me dice que ya lo compró. Le pregunto qué haremos con el perro cuando viajemos. Me dice que viajaremos con él. Me pregunto si debo ceder y aceptar al perro en mi casa. Tengo miedo de que ladre mucho y me despierte. Lo odiaría. Terminaría todo mal.

Mi madre está molesta conmigo. No me escribe. No me llama. Tuve un choque fuerte, pude perder la vida, y no me escribió. Mi mujer está molesta con mi madre porque no me escribió después del choque preguntándome cómo estaba. Mi madre está molesta por algo que escribí. Quise que pareciera un cuento, un relato anclado en la ficción, pero ella lo asoció con la realidad. Seguramente pensó que al escribir ese texto fui infidente, descomedido. Tal vez pensó que no lo hubiese escrito si llevase la vida religiosa que ella quisiera para mí. La religión y el arte no parecen compatibles. El pudor religioso y la libertad artística riñen, se oponen. Yo elijo el arte, aunque no es seguro que las cosas que escribo rocen el arte. Eso siempre es discutible.

Mi hija quiere celebrar su fiesta de cumpleaños en casa de mi madre. Ya le hicimos una fiesta en la ciudad en que vivimos. No se privó de nada. Vinieron decenas de amigas suyas. Todo salió bien. Pero ahora quiere una fiesta en la ciudad donde viven sus primos a los que tanto extraña. Por eso viajaremos pronto a esa ciudad al sur. Le digo a mi hija que sería mejor dar su fiesta en nuestro apartamento en esa ciudad y no en la casa de mi madre, dado que mi madre está molesta por algo que escribí. Mi hija me dice que quiere dar su fiesta en casa de su abuela. No está dispuesta a negociar ni reconsiderar su posición. Me dice que la fiesta en nuestro apartamento no sería tan linda. Le recuerdo que mi madre no quiere verme. Me dice que en ese caso puedo no ir a su fiesta. Pero la celebración será en casa de mi madre, me guste o no.

La compañía de seguros no se comunica conmigo para decirme qué pasará con mi auto chocado. Han pasado dos semanas desde el siniestro y todavía no me dicen nada. Mandaron a un inspector, examinó el auto tres días consecutivos y desde entonces no supe más de ellos. No sé si me dirán que el auto ha sufrido pérdida total. No sé cuánto dinero me darán en ese caso. No sé si tratarán de eludir la cuenta. Sospecho que harán todo lo posible para salir ganando y para que yo salga perdiendo. Lo único seguro con las compañías de seguros es que la casa siempre gana. No creo que me den un cheque que me permita comprar un auto como el que tenía, con apenas un año de uso. Si algo me dan, me temo que no alcanzará para un buen auto. Los llamo y no me dicen nada. Abusan de su poder. Me hacen sentir una hormiga. Lo peor es que no tuve la culpa del choque. Me chocaron sin que los viera venir. Pudo ser peor. Salvé la vida.

El gerente del canal en que trabajo me dice que no debo tomar vacaciones, aprovechando el descanso escolar de mi hija por Semana Santa. Las vacaciones están pactadas en el contrato, no se trata de un capricho mío. Pero el gerente alega que los índices de audiencia disminuyen cuando viajo y repetimos un puñado de programas, los mejores del mes pasado. Me pide que no viaje. Le digo que pagué el viaje por anticipado y no quiero cancelarlo. Viajaremos, le explico, para dar la fiesta de mi hija. Me sugiere entonces que el canal contrate a alguien para que me sustituya la próxima semana durante mi ausencia. Nombra a un comediante y un conferencista. Ambos son muy famosos. No creo que aceptarían reemplazarme una semana. Me desconcierta que el gerente se oponga a repetir unos pocos episodios. Lo hemos hecho así durante doce años y ahora quiere cambiarlo. No puedo hacer el programa en vivo todas las noches sin descansar siquiera una semana. No soy un autómata. Cada cierto tiempo necesito cambiar de aire y darme un viaje inspirador con mi familia. Le digo al gerente que me opongo a su idea. Me dice que sólo era una consulta. Le digo que el programa lleva mi apellido y mi sello personal y que ambas cosas son intransferibles. Sostengo que si sientan en mi lugar a un advenedizo al público no le gustará y las cosas no saldrán bien. Pero sobre todo alego que por tercer año consecutivo me han recortado el salario y ahora resulta que tienen dinero para contratar a alguien que dé la cara durante mi semana de vacaciones. No lo entiendo. No parece justo. Nada es justo. Los intercambios humanos son a menudo desiguales y a veces pierden ambas partes. Siento eso en mi entredicho con el gerente.

Mi mujer y yo cumplimos siete años casados. Ella me lo recuerda y me besa. Le digo que han sido los años más felices de mi vida. No nos regalamos nada. Le pido perdón por no tener un regalo. Por suerte ella tampoco tiene algo para mí. Lo que tenemos es amor y con eso basta. Mi primer matrimonio duró cinco años formalmente, pero en realidad duró tres más porque ya divorciados seguimos haciendo el amor, y era mejor que cuando estábamos casados. A mi primera esposa no la veo hace mucho tiempo, casi una década. Sé que es feliz y yo también soy feliz. No conviene poner en jaque esa distancia tan saludable para olvidar las derrotas del pasado.

Siento un profundo orgullo de mis hijas mayores. Se han graduado con honores de universidades de gran prestigio. Han conseguido trabajos muy bien remunerados en una de las capitales financieras del mundo. Han sido ascendidas. Trabajan muchísimo, diez o doce horas diarias. Les gusta trabajar. Son ferozmente competitivas. Hablan tres idiomas. Viven cerca, pero no en el mismo apartamento. Me escriben de vez en cuando. Nos vemos acá o allá, estamos a pocas horas en avión. Les pregunto si podría ser una buena idea comprar un apartamento allá, pero me hacen entender que son felices abriendo su propio camino con absoluta independencia económica y sentimental de mí. Les propongo viajes de vez en cuando, pero no tienen tiempo, son infatigables para trabajar. Iré a verlas en unas semanas. No haré preguntas personales. Cuando deje de hacer televisión todas las noches y disponga de más tiempo libre, compraré un apartamento en esa gran ciudad para estar más cerca de ellas. Siempre estoy pensando en comprar un apartamento allá, una casa en el campo bien al sur, un apartamento en aquella ciudad en la otra costa que tanto nos gusta. Mi mujer refrena mis sueños, me pide que me calme, dice que es mejor quedarnos en hoteles. No sé si tiene razón. Envidio a los hombres muy ricos que tienen cuatro o cinco casas y pasan temporadas en distintas ciudades.

El presidente renuncia. El ex presidente está preso. El otro ex presidente se halla prófugo de la justicia. El ex dictador fue indultado, pero es como si siguiera estando preso porque medio país lo odia con ferocidad y desea su muerte. Yo pude ser candidato presidencial, pude ser presidente. Ahora estaría preso por recibir dineros indebidos, o sería prófugo de la justicia por aceptar donaciones de una empresa constructora. Mi madre me alentaba para entrar en política, mi primera esposa veía con ilusión que tratase de ser presidente, ella habría sido una gran primera dama, pero mi mujer me recordó que era ante todo un escritor y me disuadió de intentar la captura del poder. Elegí ser libre antes que poderoso. El poderoso pierde libertad. El artista que se mete en política para ser presidente, ministro, congresista, incluso embajador, pone en entredicho su carrera artística. Es imposible hacer política profesional y crear arte al mismo tiempo. El artista que hace política deja, temporal o definitivamente, de ser artista. Hice bien en no obstinarme por ser presidente. Habría sido tremendamente desdichado, un rehén de los demás. Los mismos que votan por ti son quienes después te odian y quieren verte preso. Me hubiese perdido estos últimos años, los mejores de mi vida.

Un ciclista obeso pasa a mi lado y me grita estás corriendo muy lento, corre más rápido. Pienso eres un idiota, un impertinente. Sí, ya sé, corro despacio, pero es porque hace mucho calor y el Sol me disminuye. Además soy un hombre lento. Todo lo hago lentamente. Debido a que soy lento, soy un escritor. Me gusta estar tranquilo en un solo lugar, pensando, repensando, maliciando, fantaseando. No me gusta moverme muy deprisa. Soy un escritor lento, un periodista lento, un amante lento, un corredor lento, lentísimo. Pero en la lentitud, en la morosidad, en la dilación, encuentro el placer. Cuando me atropello o me apuro, me da vértigo, pierdo la posibilidad de disfrutar. La felicidad tal vez consiste en encontrar tu propia velocidad crucero. No la que los demás quieren imponerte, sino la que más te conviene para ir mirando el paisaje sin perderte nada, respirando a un ritmo sosegado, reconfortante. Así es como me gusta correr, así es como me gusta vivir. Si te apuras mucho, puede que mueras antes de tiempo.

Vendrá el perro a mi casa. Me perdonará mi madre. Se hará la fiesta de mi hija. Saldré perdiendo con el seguro. Seguiré repitiendo programas cuando viaje. Los próximos siete años serán aún más felices. Seguirán triunfando mis hijas. No seré presidente. No apuraré el paso.