Fausto Masó: «no se aceptan tarjetas de crédito de Venezuela»

Cuando gobernaba Chávez, y el barril de petróleo pasaba de los 100 dólares, la revolución disfrutó de esa alegría del derrochador que vive seguro de que nunca llegarán los malos tiempos. Pronto Chávez comprobó que era un simple mortal, y a Nicolás Maduro los precios del barril lo lanzaron al abismo y ahora, en vez de marchar alegres los venezolanos detrás de un líder inmortal, recorren las ciudades en busca de una medicina para un familiar enfermo.

Esta revolución no ha sido víctima del imperialismo sino del despilfarro de la riqueza; además, a los revolucionarios les encanta ir a Miami, aman los bancos del imperio. Sin petróleo a precios estratosféricos no hay chavismo. Además, hay hambre en Venezuela, no nos cansemos de repetirlo. Nunca nadie se acostó sin comer en la Venezuela democrática, ahora se vuelve mala costumbre. El gobierno se quedó sin proyecto, y la oposición solo sueña con sacar a Maduro de Miraflores, sin planificar el futuro. Las personas prudentes que conozco afirman que necesitamos dos años para retomar el rumbo, pero ¿cuál rumbo? No aclaran. No hablan de volver al pasado, pero no están enamoradas del futuro. Cuando este país reconozca que disfrutó de una gran época desde 1930 hasta la llegada del chavismo, se comprenderá que necesitamos continuar la obra de esos años, los mejores de Venezuela. ¡Vivan Betancourt, Leoni, Caldera, Pérez, Herrera, Lusinchi…!

Esta es la revolución fea que ocultó su rostro gracias a la elocuencia de un llanero. Pasado la charlatanería nos rodean las ruinas. La democracia representativa nos dejó el Guri, decenas de universidades, grandes ciudades. El chavismo nos está legando tonterías. Algunos buscan una justificación al presente desastre en los pecados de la democracia. Falso de toda falsedad. Venezuela necesitaba reformas, no una revolución, pero “revolución” ha sido una palabra sagrada, colocada en el altar en las universidades latinoamericanas. Ojalá que después de estos años los venezolanos prefieren la palabra “reforma”.

Todas las revoluciones son feas, menos, probablemente, la francesa, donde sus líderes supieron morir con dignidad en la guillotina y proclamaron al mundo los ideales y la filosofía de la Ilustración. Esta revolución hasta deja sin agua al Centro Médico La Trinidad.

A las puertas del CNE agreden a los diputados. Hay hambre en Venezuela. Se acabó la fiesta, apaga y vámonos, hasta una pareja de recién casados que viaja a Aruba, con su tarjeta de divisas preferenciales aprobada vive días difíciles, ¡se la rechazan!, la realidad les arruina las vacaciones.

Antes al turista venezolano lo recibían con los brazos abiertos. Hoy a Aruba viajan algunos a dormir en las playas para retornar con los dólares del cupo. En resumen, somos pobres y a los pobres nadie los quiere.

¿Remedio? Pues volver a ser un país próspero. Decirle adiós a la revolución más fea que haya conocido el continente  para que no nos encontremos ya por el mundo con esos letreros que dicen: “No se aceptan tarjetas de crédito de Venezuela”.

Los papeles de Panamá están provocando un terremoto “hacen referencia a 12 líderes mundiales actuales o pasados, así como a otros 128 políticos y funcionarios”.

Probablemente nunca conoceremos el alcance real de los Papeles de Panamá, son centenares de miles. Hay demasiados interesados en echarle tierra al asunto, empezando por los propios panameños, temen quedarse sin millonarios que quieran esconder su dinero. Hasta el presidente de Panamá está aterrado, sabe que su país está perdiendo el prestigio de gran testaferro mundial.