Enrique Guzmán: Gringos, Comunistas y Venezolanos.

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Muy sonadas andan en estos días las probabilidades de una posible intervención militar estadounidense a Venezuela. En lo personal pienso que cada país debería ser capaz de resolver sus problemas, ahora bien, dada la calidad de nuestros líderes políticos dudo que sean capaces de llegar a un acuerdo y, aun así tampoco vería con buenos ojos un episodio nuevo de nuestra histórica relación amor-odio con los gringos, aunque más que esto podría verse como esas relaciones de amor en la escuela en las que «Fulanito» asegura odiar a «Sutanita» pero la realidad es que besa el piso por donde ella pisa.

 

Los venezolanos no podemos renunciar a nuestra realidad, pero pareciera que estuviésemos  renunciando a la historia. Hubo ya hace algunos años en los que en un momento se corrió el telón entre los yanquis y nosotros. Aunque nos cueste admitirlo vivimos en dos épocas totalmente distintas, aunque seamos huéspedes del mismo planeta, nuestros mundos son distintos. No es cuestión de «inferioridad» nuestra o «superioridad» de ellos, simplemente es así y punto.

 

La historia (y sus dirigentes) se han encargado de demostrar que, por muy bonita que pareciera ser la idea, el comunismo no es un modelo aceptable por qué tampoco es creíble, no sólo por razones éticas, sino por el hecho  que los países con bandera comunistas también van a remolque de la gran potencia norteamericana. Es Estados Unidos y no Rusia quien inventa el mundo para todos. Entonces, o participamos en esa invención del mundo, en ese diseño del futuro, o estamos destinados a copiar servilmente. Esto no quiere decir chuparle las medias a los gringos, sino entender que esta es una realidad, duela o no. Tanto es así que hasta China es hoy comunista solamente en fachada.

 

Venezuela debe encontrar una fórmula en la cual el Estado no sea el principal obstáculo para el sector empresarial, sino más bien el principal estimulante para las inversiones, con reglas claras que se cumplan y cuyos resultados se vean reflejados en el mejoramiento de la calidad de vida de las personas y en la infraestructura del país.

 

En absoluto se trata de una entrega casi prostituida al capitalismo, sino del reconocimiento de que la organización económica de nuestro país exige el elemental principio de que las partes que contribuyen a formarlo tiren en la misma dirección.

 

La empresa, por su parte, tendrá que reconocer que tiene otras responsabilidades además de la de distribuir dividendos entre los accionistas. La empresa debe ser investigadora de nuevas tecnologías, crecer y generar riquezas. El movimiento interno de la empresa debe servir de impulso a la expansión y a la modificación constante en la vida cotidiana de las personas, de la mano y la supervisión del Estado.

 

Es mentira que un país que caiga en un régimen comunista arrastre a otros, Cuba vive en una dictadura desde hace más de 60 años y, en realidad nada ha pasado ni en Estados Unidos ni  en el resto del continente, salvo para los propios cubanos y ahora Venezuela cuya dirigencia insiste en seguir los pasos de un modelo que únicamente ha beneficiado a sus dirigentes y algunas cosas notables en materia de salud, aunque los médicos enviados a Venezuela como parte del «intercambio» se dicen que no son tal cosa. Que

 

Nuestra A C T I T U D siempre ha sido un poco cínica y pesimista y el origen habría que buscarlo en la historia de nuestros antepasados hispánicos, somos herederos de una criatura que surgió de la difícil convivencia entre moros, cristianos y judíos, y del largo sometimiento que unos y otros a manos del contrario. El sistema era siempre una arbitraria camisa de fuerza. Si a esto le agregamos la «viveza criolla» tendremos ante nosotros al bicho escéptico y negativo, (pero que curiosamente se vende como optimista y jodedor) que somos nosotros. Pero sea cual fuere el origen de lo que somos sus consecuencias están ahí, vivitas y coleando. No es de extrañar pues que históricamente hayamos estados dispuestos a creer en los «ovnis» y «caballitos preñados» de los gobernantes, aunque aceptemos casi con resignación la grosera deshonestidad con la que nos han tratado. Pero ¿Cómo vamos a confiar en nuestra propia coherencia si al mando del país está un señor que afirma en cadena nacional hablar con pajaritos?

 

Otra vaina, casi siempre creemos que tenemos razón: frecuentemente los dirigentes están podridos. ¿Y cómo hacer variar esta centenaria actitud del homus venezolanus? Creo que la respuesta es obvia: con medios de comunicación que sean de verdad serios. Con periódicos que denuncien airadamente; con jueces que metan en las cárceles a ministros, generales o magistrados; con gobernantes inflexibles ante la venalidad; con parlamentarios honestos hasta el ridículo; con funcionarios que no acepten sobornos. No hay otra forma honrada de solicitar la adhesión ciudadana al sistema que sometiéndose todos a las reglas del juego. El gobierno debe ser entendido como lo que realmente es: una herramienta del Estado y no viceversa. Del presidente de la nación al último portero, toda la estructura de poder no es más que una cadena de servidores públicos sujetos al rigor inmediato de la ley. ¿Cómo no va a despreciar el sistema un joven honesto que sabe que en su país se va a la cárcel por robar comida en una tienda y no por aceptar el soborno de un contratista desleal? ¿Por qué esperar civismo y escrupulosidad del pobre ciudadano que observa cómo impunemente el rico viola y adapta a sus propias necesidades las leyes del país?

 

Tampoco se trata de caernos a embustes ¿es moralmente justo exigir el pago de deberes fiscales cuando no es claro el destino final de esos fondos?

 

La más urgente revolución venezolana debe ser moral. Habrá adhesión al sistema cuando la vocación política sea voluntad de servicio y no instrumento de poder o lucro; cuando no pagar impuestos sea un delito repugnante porque consista en robarle a la nación; cuando el ciudadano esté convencido de que la ley lo protege contra el delincuente (sea ladrón, obispo o policía)  y de que las instituciones están por encima de todos los hombres.

 

Entonces, vamos a dejar a un lado a los gringos, a los rusos, a los cubanos, a los chinos y a Dudamel  y concentremos nuestras fuerzas  u r g e n t e m e n t e  en las cosas que de verdad merecen esa atención y en estos momentos no son otras que la unión ciudadana que sirva como base a la reconstrucción de un país en cuya destrucción todos hemos estado involucrados, directa o indirectamente, en mayor o menor grado.

 

En otras palabras, los venezolanos o nos freímos en los rencores de la insatisfacción o nos disponemos a hacer milagros. Pero esos milagros hay que realizarlos dentro de ciertas coordenadas éticas. El desarrollo no puede seguir siendo la coartada de los gobernantes actuales, entre otras cosas porque no hay evidencia confiable que demuestre que los gobiernos con características similares al nuestro sean eficaces en la creación de riqueza y el equilibrio de la nación.

 

Enrique Guzmán.

Amsterdam 22-08-2017