Caterina Valentino: “¡Libertad!”

¡Libertad!, escuchaba mi padre gritar cuando llegó a Venezuela, aquel 23 de enero de 1958. Del barco de donde llegaba no podían bajarse por el revuelo. Y lo único que se escuchaban eran gritos, pero gritos de LIBERTAD. Sí, papá llegó a Venezuela el día que caía la dictadura. Justo ese día. Libertad tatuada en mi nuca, en mi alma y en la boca de cada joven venezolano que sale a la calle.

¡Libertad!, la que gritan los muchachos.

Y en la calle me detengo y los veo y son auténticas obras de arte.  Aquellos que hoy pelean por el derecho de vivir con dignidad en este país. Aquellos que siempre arrancan en paz hasta que llega el verde a atacar.

Miro cómo lloran, cómo en medio del dolor se desesperan, cómo toman fuerza, retroceden y vuelven. Cómo la rabia se convierte en motor y a la tristeza se le asigna una misión.

Los miro con sus pantalones manchados, algunos rotos, gastados, con sus camisas y franelas protegiéndose, con la valentía que solo el que ya no teme perder nada tiene, corre y se estrella contra el escudo, porque lo que sueña, lo que anhela, no es negociable.

¡Libertad!, gritan los muchachos.

Más corazón que razón, más grito que palabra, solo quieren una cosa, que les escuchen, en medio de esta sordera que parece tener obnubilados a los que deberían tener los oídos pegados a las ventanas.

Gritan, ante un país que no quiere que se siga durmiendo. Que se va acostumbrando al dolor, a la carencia. Es un grito pero va para todos, los que están de este lado y del otro.

¡Libertad!, gritan los muchachos.

Inocentes, luchadores, pero guerreros y fuertes.

Estoy con Ustedes, con sus manos heridas, con sus lágrimas, con el cansancio, con la tristeza y la determinación, estoy con ustedes, que bandera en mano lo único que hacen es aferrarse a la esperanza, escupir la incertidumbre y esperar hasta que llegue ese abrazo fuerte que nos reúna a todos en Libertad.

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