Linda Loaiza, torturada por Luis Carrera Almoina: “Hoy vivo en paz”

Tres años le tomó a Linda Loaiza conceder esta entrevista. “No estoy preparada”, dijo en más de una ocasión. No es fácil para ella hablar de su pasado, de sus heridas, de sus fantasmas. Su nombre más que una identificación se ha convertido en un estigma con el que ha tenido que aprender a vivir frente a ella y la sociedad, que no olvida su historia.

La mujer de 32 años no evade preguntas, usa de escudo al derecho, ciencia que se convirtió en su pasión, tras las idas y venidas a los órganos competentes de administración de justicia de este país. Admite que no es cristiana y tampoco “Dios para perdonar”. Es evidente que su trágico pasado sigue presente, pero sin posibilidades de sabotearle el futuro.

Ella se ha encargado de cortarle la cabeza al más grande de los demonios, el miedo, sensación que no sintió ni siquiera cuando con 18 años se enfrentó al sujeto que durante dos meses y medio la torturó y sodomizó, causándole terribles heridas físicas y cicatrices emocionales que quedarán tatuadas a su piel de por vida.

“A las víctimas de cualquier tipo de violencia les quedan secuelas morales, que lo olvide, o no, no quiere decir que no las tenga; que las sepa llevar, o no, no quiere decir que no las tenga. Las víctimas de este tipo de violencia siempre volvemos a esos malos momentos vividos. Hay que aprender muchas formas de sobrevivencia, muchas formas de defensa”, explica con tranquilidad.

Hoy, la joven que gritó a los cuatro vientos que Luis Carrera Almoina, de 40 años, hijo de Gustavo Carrera Damas, director de la Universidad Nacional Abierta, era el responsable de sus terribles heridas, sigue firme en su convicción, justicia, sed que no se ha saciado en 15 años, en vista de que el sistema venezolano jamás dio la condena justa, a su parecer.

El responsable de las lesiones fue condenado a seis años y un mes de cárcel, en el 2006, en un segundo proceso judicial, ya que en el primero la jueza Rosa Cádiz declaró su absolución. El entonces llamado “Monstruo de los Palos Grandes” se encuentra libre desde el 2007. Su pena la cumplió en El Rodeo, mientras un juzgado se atrevía a dictar sentencia en su contra.

Hoy, Linda no tiene ni idea del paradero de su agresor. Solo sabe que se encuentra en libertad desde hace ocho años. Tampoco le importa saber de su vida. “No me ha interesado saberlo, lo que ocurra puede hacerme o no daño, prefiero seguir adelante, siempre sin olvidar el objetivo principal que es alcanzar la justicia”.

 

Cincuenta y nueve  jueces se inhibieron de conocer su caso. Las audiencias fueron diferidas en 38 oportunidades. 76 funcionarios del sistema de justicia tuvieron en sus manos el expediente de Linda Loiza López. Ante el escenario que le tocó vivir a la joven de 18 años no le faltó temple para iniciar una huelga de hambre de 13 días en las afueras del TSJ, recién operada del páncreas.

Los ruegos de sus padres no pararon su determinación, la cual fue compensada con el inicio del segundo juicio, en el que se logró la condena por los delitos de privación ilegítima de libertad y lesiones gravísimas. Se desestimaron los cargos de homicidio calificado, en grado de frustración, y violación.

 

Esta condena la mantiene al pie del cañón. Meses después de obtener la injusta sentencia enfiló a instancias internacionales. Hoy, espera respuestas de la Comisión Interamericana de Justicia, organismo ante el que  expuso la incapacidad del Estado de impartir justicia en su caso. Además ventiló los atropellos e insultos y la violación al debido proceso que sufrió como víctima. Siente plena confianza en los órganos internacionales. Su caso es el primero de violencia de género de Venezuela en el sistema interamericano de justicia.

Guáramo puede ser una palabra que la define. Ahora, 15 años después, se sorprende de cómo nunca tuvo miedo, sin importar las situaciones que debió sortear y que sigue sorteando. En su papel como defensora de los derechos de la mujer ha conocido de cerca el temor, dibujado en el rostro de miles que se acercan a ella por medio de su Fundación Amigos de Linda Loaiza.

Le impresiona el miedo que sienten las otras y el que nunca tuvo ella. Dice con claridad: “Ninguna mujer es responsable del ataque, independientemente de quien lo realice, ya sea el padre, el esposo, un amante, las victimas no somos responsables del ataque”. Cree que su edad fue un factor fundamental para seguir adelante.

“No puedo evitar ser un estigma. Con cada entrevista, con cada fotografía no puedo evitarlo. Creo que me he convertido en un ejemplo de lucha ante los órganos del Poder Judicial, ya que quizás otras víctimas no se han atrevido a llegar tan lejos. Eso marcó una diferencia, no ser una víctima más, sino una víctima diferente”, agrega.

Hoy, Linda es abogada con postgrado en derecho humanitario y estudia dos en derecho penal internacional y derechos humanos en la Universidad de los Andes. A pesar que en algún momento de su niñez se vio como abogada, el derecho no fue su real pasión hasta que le tocó asumirlo como víctima.

“Tantos ir y venir a los órganos de justicia, casi que me daban empleo en el Poder Judicial, casi que cumplía un horario mejor que cualquier funcionario del sistema, hicieron que me interesara el derecho. Fue un logro importante. Fue un poco duro, no fui una alumna regular siempre estuve señalada”, afirma, al momento que agrega que esto no le impidió cumplir sus objetivos.

En total fueron 15 operaciones a las que ha tenido que someterse Linda Loaiza, desde el momento en que fue rescatada. Todavía faltan, fundamentalmente estéticas. 600 días los pasó recluidos en los hospitales Vargas y Clínico Universitario, luchando por su vida.

Las secuelas la siguen acompañando al igual que las cicatrices. Debe tener chequeos médicos constantes y la terapia psicológica ha sido su principal bastón, al igual que su familia, quienes se encargan de espantarle los fantasmas que la visitan cada cierto tiempo.

Asegura que la determinación de seguir adelante en cada momento vino de manos del propio Dios, esa es la única explicación que tiene para no claudicar. “Hay una parte espiritual muy importante en mí. Pedí mucha fortaleza a Dios, para estar allí y enfrentar cada escenario. Todos fueron muy difíciles, estuve operada, hospitalizada, la huelga de hambre, los juicios. Él me dio la fuerza para digerir toda esta situación”.

Al preguntársele por qué no pasas la página y sigues con tu vida, la respuesta fue contundente: “Si cuando te miras al espejo y ves las cicatrices, lo ves, ¿cuál es la diferencia de que vayas a un sistema de justicia internacional a exigir justicia? Es lo mismo que verte al espejo y ver las cicatrices, es lo mismo que ir al baño y saber que tienes tus partes desgarradas. No veo ninguna diferencia”.

Tras 15 años no se siente renovada plenamente, pero sí en vías de, con logros personales importantes y con un camino trazado desde la fundación, donde pone su granito de arena para que otras no vivan lo que ella vivió. Es una voz más de denuncia ante la insensibilidad del sistema en materia de violencia de género. Poco le importa tener la legislación más avanzada de América Latina si cuando una mujer asegura haber sido agredida, la pregunta del funcionario es “por qué llevabas esa falda”.

 

Linda Loaiza, la joven que ingresó como víctima al Palacio de Justicia de Caracas,  hoy ejerce el derecho y afirma: “Hoy estoy segura que vivo en paz, que quisiera que estos hechos no hubieran ocurrido, genial, pero lo importante es avanzar en la vida, esa es la meta”.

 

Sabrina Machado/Panorama