La lucha de los transexuales en medio de la crisis venezolana

Franshesca Romero debe buscar los pañales que necesita su bebé en camino, lo que la lleva a enfrentarse a una sociedad que aún no acepta a los transexuales.

El acta que firmó en la prefectura decía Jesús Romero, un nombre que olvidó cuando decidió ser Franshesca y que volvió a escribir años después para demostrar que es la pareja de Erlinda y poder comprar pañales para su hijo que está por nacer en Venezuela, un país con niveles de escasez incalculables.

La exótica morena de senos exuberantes, nacida hombre, se cansó de explicarle a los oficiales que controlan la venta de productos racionados en las tiendas queaunque es transexual le gustan las mujeres, va a ser madre y tiene derecho a comprar los dos paquetes de pañales que le permiten comprar por semana.

Por ello, Franshesca y Erlinda, esta última con una enorme barriga de siete meses de embarazo, estaban una tarde de junio frente a un prefecto firmando un acta de concubinato.

Este documento junto a un informe médico del embarazo cumpliría con el requisito que le exigen en las tiendas que algunas veces tienen productos y que venden solo bajo un estricto racionamiento.

La carpeta debe incluir también el eco del vientre de Erlinda, un estudio que tiene desde el principio del embarazo luego de que los guardias le impidieran comprar productos para el bebé por pensar que su cuerpo es de “gorda” y no de una mujer embarazada, razón suficiente para no venderle artículos.

Diego Scharifker, el concejal que intervino para hacer que el prefecto que ofició la unión permitiera que la curvilínea transexual pudiera firmar como Jesús a pesar lucir como toda una Franshesca, reflexiona sobre esto y sostiene que en un país como Venezuela todos deben cargar con marcas de la crisis, y algunos están más indefensos que otros.

La historia de esta pareja se escribe sobre los graves problemas del país que aún con las mayores reservas de petróleo del mundo vive la peor emergencia económica de su historia que ha provocado una escasez estimada por el economista y catedrático Luis Oliveros entre un 70 % y 80 % para productos básicos e “incalculable” para algunos otros.

“Venezuela nunca había tenido niveles de escasez como los que está viviendo y nunca había tenido niveles de inventario tan bajos como los que estamos teniendo”, agregó.

Para la parlamentaria Tamara Adrián, la primera diputada transexual de la región, la historia de Erlinda y Franshesca es un cuadro completo del sistema de un país que convalece niveles galopantes de inflación, altísimos niveles de escasez, y muy vulnerable en la lucha de derechos para la población LGBT en el que a ellas se “les está condenado a la pobreza”.

Luchar contra la transfobia y la homofobia en un país con cifras alarmantes, de altísima confrontación política y con una dieta a base de plátano, yuca, y sardinas -lo que pueden comprar con el dinero que gana la joven pareja- es un empresa muy complicada en el país caribeño.

El día que eso tocó la vida de Franshesca, ella se dijo “despierta, vas a hacer lo que tienes que hacer”, y para comprar pañales, leche, medicinas vas a ser Jesús Enrique Romero Franco.

En Venezuela, que está muy atrás en la lucha de la defensa de los derechos a las minorías, será primero “lograr la paz mundial antes de ocuparnos de estos temas”, lo que “es una forma de decir: ‘de eso vamos a hablar en el año 2856 porque mientras tanto hay que hablar de pobreza, de la inclusión”, señala Adrián.

“Ahora vendrá otra batalla, van a tener un hijo”, agrega la diputada, precipitándose a un futuro que desde ya hace duras promesas.

Oliveros repasa el tema y concluye que “una sociedad que está así no puede crecer, no se puede desarrollar, no puede ser sana. El futuro no puede ser promisorio, el deterioro es de niveles récord, y lo peor es que aún nos queda crisis por ver, porque esto está muy lejos de resolverse”.

“El venezolano está viviendo su caída en la calidad de vida más grande de la historia”, agrega.

Durante todos estos meses de embarazo, la futura madre espera que Franshesca, la única de las dos que tiene trabajo, vuelva a casa, y mientras tanto suma recetas para la crisis que le comparten los vecinos.

Las conchas de la yuca bien lavadas y fritas saben a chicharrón, la piel del plátano verde cocida pueden sustituir una carne mechada e incluso el mango maduro frito pueden ir a la mesa de ella o de cualquiera de sus vecinos en el edificio para sustituir lo que los venezolanos llaman “tajadas”.

Erlinda ahora mismo tiene miedo, miedo de que Joshua nazca en la pobreza, miedo de que la comida no sea suficiente, de que no haya pañales, de que el dinero no alcance, del mundo al que viene y también de no saber cómo explicarle que no tendrá solo una sino dos madres.

EFE