Fernando Mires: Estamos llegando al fin de la fase madurista del chavismo

Nadie quiere invertir en un país donde las instituciones y las leyes no funcionan, advierte el sociólogo

El historiador y sociólogo chileno Fernando Mires explicó que una de las consecuencias del resultado de las elecciones legislativas en Venezuela es que se salvó al presidente Nicolás Maduro de convertirse en un dictador total, pues el triunfo de la oposición demuestra que este sector también puede representar  una parte del Estado a través de la Asamblea Nacional.

Sobre los supuestos de que el oficialismo recibió un voto castigo de sus afectos, Mires aclaró que la inconformidad de la militancia solo se manifiesta a través del voto  blanco o nulo y no de los válidos, que son en sí mismos un premio o un castigo.

—¿Cómo evalúa lo que ocurrió en Venezuela el 6-D?

—A partir de ese día la oposición pasa, a través del Parlamento, a ocupar una parte del Estado con una cantidad adicional de atribuciones ejecutivas derivadas de la mayoría calificada obtenida en los últimos recuentos. Se constituye así un Estado dual. Dicho de modo irónico, la oposición ha salvado a Maduro de convertirse en un dictador total. En Venezuela en estos momentos hay dos poderes: uno más instrumental que político (armas, dinero, represión), representado en el Ejecutivo, y otro más político (y social) que instrumental, representado en el Legislativo.

—¿Se está frente al fin del chavismo? ¿Después de la derrota, cuál es su principal desafío?

—Por el momento parece que estamos llegando al fin de la fase madurista del chavismo. Es también el fin de la forma populista de representación política (no hay populismo sin pueblo y sin líder populista). Si el chavismo puede llegar a constituirse bajo otras formas como lo logró el peronismo, es imposible saberlo. La historia del futuro no ha sido escrita todavía.

—¿Cree que las elecciones se ganaron por voto castigo o por el trabajo de la oposición?

—Parece que ahí nos topamos con una discusión inútil. Todo voto válido implica un castigo y un premio. Solo el voto en blanco o el nulo, cuando es militante, es castigo. Ahora, pensemos matemáticamente: la oposición en el pasado no bajó de 40%. Ese es su capital constante.  Y un 40% de voto no-castigo no es poco. El 20% de capital variable –que no es necesariamente castigo– es el que debe ser mantenido e incluso aumentado.

—¿Cuál es el reto de la oposición para atraer a los chavistas descontentos?

—Reconocerlos como lo que son y no como quisiéramos que sean. Lo peor que se puede hacer es repetir lo que hizo el chavismo con la oposición. Macri, en Argentina, lo aclaró muy bien, le dijo a los peronistas: “Yo no te vengo a pedir el voto. Te respeto a vos como sos. Pero te ofrezco trabajar juntos para resolver problemas comunes”.

—Todo apunta a que la crisis económica se profundizará en 2016. ¿Quién terminará asumiendo el costo, el gobierno o la oposición?

—La crisis no es una cosa en sí. A Maduro se le arrancó la economía por razones políticas. Nadie quiere invertir en un país donde las instituciones y las leyes no funcionan. Solo restableciendo un mínimo de estabilidad y orden político será posible solucionar la economía. Al revés no resulta. La economía no se rige por “modelos” sino por “procesos”. Son dos cosas muy diferentes.

—¿De qué manera inciden los resultados del domingo 6 en la región?

—Después de Argentina, Venezuela se inscribe en el proceso de democratización que se inició en la última década del siglo XX, proceso interrumpido por la aparición de autocracias hegemonizadas por el castro-chavismo. He leído que en Bolivia las encuestas ya no son favorables a la reelección de Morales. La locura del “socialismo del siglo XXl” ha terminado. Quizás para siempre. Pero por otra parte el general Raúl Castro es el último dictador militar del continente. El clamor por elecciones libres en la isla debería ser continental. La oposición venezolana puede y debe ayudar a la oposición cubana a encontrar su camino. Al fin y al cabo la oposición de Venezuela sabe lo que es necesitar de ayuda y no recibirla.

 

Eliécer Rivero/El Nacional