Eduardo Fernández: Partidos políticos

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Un partido político supone un mensaje, una organización y una estrategia. Además, trabajo, mucho trabajo y un liderazgo esclarecido, coherente y merecedor de la confianza de los ciudadanos, así comienza Eduardo Fernández, su artículo de opinión.

Hoy, en Venezuela, existen muchos partidos pero, muy disminuidos. Disminuidos por la acción del gobierno que toma medidas de inhabilitación y de persecución a líderes fundamentales, pero también por sus propios errores, por su falta de coherencia, por el pragmatismo y por el oportunismo. Como hemos dicho muchas veces, lo más importante en una organización política es su mensaje, su propuesta, su capacidad de sintonizar con los anhelos y las aspiraciones de la gente.

Cuando Rómulo Betancourt fundó a Acción Democrática lo primero que hizo fue reunirse con Raúl Leoni, para entonces exilado en Barranquilla, y redactar unas notas sobre su visión de Venezuela, de sus problemas y una lista de propuestas para la modernización del país. Eso fue lo que se llamó el “manifiesto de Barranquilla”: Punto de partida de lo que sería con los años un partido de incuestionable importancia en la vida nacional.

Además del mensaje que debe ser claro, contundente, ilusionante y creíble, se requiere una organización. Una organización moderna y eficiente. Vuelvo otra vez con el ejemplo de Betancourt, al fin y al cabo se trata del político más exitoso en el siglo XX venezolano. Una vez que tenían el mensaje había que divulgarlo. Para eso era indispensable una organización y Betancourt dijo: “Que no haya un estado, ni un municipio, ni una aldea en donde no haya una casa de Acción Democrática”. Y así lo hicieron, el llamado partido del pueblo se extendió por toda la inmensidad de la geografía nacional.

Finalmente, además del mensaje y de la organización se necesita una estrategia. Una estrategia clara, inteligente y coherente. En nuestro caso recomendamos que la estrategia esté inspirada en la confianza en el pueblo. Una estrategia democrática. Algunos apuestan al asalto al poder por cualquier medio. También hay que recordar el pecado de Betancourt de ceder a la tentación de la impaciencia y prestarse a colaborar y a pretender dirigir un asalto al poder, por la vía de un golpe militar, el 18 de octubre de 1945.

Si apostamos a la vía democrática tenemos que ser consecuentes y congruentes con esta definición. No caer en la tentación de los atajos. Asumir siempre la calle real de la confianza en el pueblo y acceder al poder como lo recomendaba el gran leñador, Abraham Lincoln, con el pueblo y para el pueblo.

Seguiremos conversando.

@EFernandezVE