Ocho años para cazar a ‘Lord’ crimen, el narco más buscado de Europa

Entre otras muchas propiedades disfrutaba de una finca en Coín (Málaga), donde se hizo construir un lago artificial. No solía reparar en gastos. Contrató para el trabajo a una empresa especializada a la que le pidió que le instalara en la orilla varios puestos de pesca. Los peces fue a comprarlos expresamente a Alicante, a 500 euros el ejemplar. Cuando le diera por echar la caña, no quería sacar cualquier cosa, así lo reseñó El Mundo de España.

Tampoco era tacaño a la hora de elegir sus medios de comunicación: sólo hablaba por teléfono con dispositivos Blackberry provistos de una tarjeta PGP encriptada, que se hacía traer de Holanda y que rondan los 2.000 y muchos euros por terminal. Y sólo atendía las llamadas que provenían de un teléfono análogo: proveía de ellos a todos sus colaboradores y a cualquiera con el que hubiera de tener comunicación en el desarrollo de sus actividades. Advertía a sus interlocutores que si no le llamaban por uno de esos teléfonos, no perdieran el tiempo.

Le llamaban “El 1″. Era el capo y señor de la mayor organización narcocriminal británica. Ésta es la historia de la endiablada caza del hombre que desde Málaga compraba peces a 500 euros… Y su reguero de sangre

Así es Robert Dawes, súbdito británico, de 44 años, considerado por la NCA (National Crime Agency, la agencia contra el crimen organizado del Reino Unido) como el jefe de la organización criminal más poderosa y peligrosa de su país. También Europol, que elabora su propio ránking, la incluye dentro del top ten continental. Nacido en Nottingham, en la última década se le ha relacionado con delitos de tráfico de droga a gran escala, blanqueo de capitales y unos cuantos homicidios, pero una y otra vez, gracias entre otras cosas a las precauciones (y el gasto) que asumía a la hora de comunicarse, se las ha arreglado para escabullirse de todas las imputaciones por falta de pruebas. Esa habilidad le ha valido, entre otros, el apodo de Teflon Don. Entre los suyos se le conoce como El 1 o simplemente como Él. En las conversaciones que se les ha podido interceptar a sus colaboradores, jamás ninguno osó pronunciar su nombre.

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El pasado 12 de noviembre, sin embargo, algo le salió mal. La Guardia Civil irrumpía en su casa de Benalmádena, en virtud de una orden europea de detención y una comisión rogatoria dictadas por un juez de París, en relación con un gran alijo de cocaína aprehendido en 2013 en el aeropuerto Charles de Gaulle. En estos momentos está en prisión preventiva en Francia, a la espera de un juicio en el que podrían caerle 15 años de cárcel. Que el hombre más escurridizo de Europa, enemigo número uno de la policía de su país y de otras varias del continente, se vea finalmente entre rejas, es algo que, pese a la orden del juez parisino, se debe en buena medida a haberse cruzado en su camino con la Unidad Central Operativa (UCO) de la Benemérita; un grupo de agentes de élite, y excepcional paciencia, que al cabo de años de investigación acertó a encontrar, y aprovechar, el error que había de acabar cometiendo el hombre que no cometía ninguno. Ésta es la historia de esa endiablada caza.

Afincado en la Costa del Sol, Dawes es desde 2007 objetivo de la Guardia Civil, que alertada de su presencia en territorio español y puesta sobre aviso de sus presuntas actividades delictivas por la NCA, ya culminó en 2008 una investigación que determinó su extradición desde los Emiratos Árabes, donde se había refugiado para escapar del acoso policial, tras la detención de algunos de quienes se relacionaban con él. Sin embargo, a la hora de concretar los cargos contra Dawes, la evidencia formalmente proporcionada por la agencia británica se mostró insuficiente, con arreglo a la ley española, para motivar su procesamiento, por lo que quedó en libertad y el juzgado le restituyó los ordenadores y efectos que se le habían intervenido en Dubái.

Ahí perdieron los investigadores su primera gran oportunidad para desmantelar su emporio, y el británico, alentado por ese revés para quienes lo perseguían, volvió a la Costa del Sol a continuar con sus actividades, rodeado de un entorno de fieles, casi todos ellos de nacionalidad británica, que en la costa malagueña, donde viven decenas de miles de compatriotas, se mimetizan a la perfección. La fachada legal de sus negocios es una tienda de muebles, Victoria Design, en la que se comercializan piezas de diseño importadas de China, país al que Dawes viajaba con cierta frecuencia. Según los investigadores, ésta es sólo una de las empresas aparentemente legales que dependen de él: la organización dispondría de otras muchas, dedicadas a la importación de las mercancías más variopintas, desde fruta a cristales, amén de las que serían necesarias para el blanqueo de las ingentes cantidades de dinero que proporcionan las actividades ilícitas, y que conducen a lugares como Malta, Dubái, Luxemburgo y paraísos fiscales diversos.

Tras el fiasco de 2008

Tras el fiasco de 2008, en 2012 se reactivan las investigaciones contra Dawes, al recibirse de la NCA información acerca de un importante cargamento, de una tonelada de cocaína, que la organización estaría planeando traer a España por aire desde Venezuela. Los británicos disponen en ese país, sin presencia de la DEA por las malas relaciones entre el gobierno bolivariano y el estadounidense, de una ‘task force’ de gran valor a efectos de obtención de información: formada junto a agentes de policía locales, a los que se les mejora significativamente la retribución y los medios (y un par de veces al año se les pasa el polígrafo, para asegurarse de su lealtad), permite averiguar en origen envíos como el mencionado, y asestar el golpe tanto a la organización local (en este caso, el llamado Clan de los Soles, formado entre otros por oficiales del ejército venezolano) como a la que efectúa el transporte y a la que recibe la mercancía en Europa.

Reanudados los seguimientos sobre Dawes y su entorno, merced a diligencias judiciales abiertas inicialmente en mayo de 2013 por un juzgado de Fuengirola, y trasladadas posteriormente al juzgado de instrucción número 2 de la Audiencia Nacional, se averigua entre otras cosas que esas empresas destinadas a la importación han estado gastando fortunas en traer cargamentos sin apenas valor, que en ocasiones ni han llegado a vender: en algún puerto aparecieron toneladas de fruta pudriéndose en los contenedores. En otros casos se han llegado a vender por debajo del coste, a empresas españolas que luego han dejado de comprarlos al ver que el chollo tenía truco: se las ponía a ellas como titulares de cargamentos cuya recepción en puerto no controlaban, lo que les hizo recelar e interrumpir la relación. La interpretación de los investigadores es ésta: la organización de Dawes estaba gastando cantidades ingentes en transportar mercancías sin valor para ganar antigüedad y salir de la lista roja, los cargamentos que se fiscalizan con más celo por proceder de destinos calientes o ser titularidad de empresas de reciente creación, y pasar a la lista verde, donde es más fácil introducir mercancía sin que nadie la mire, dentro del enorme trasiego que cada día registran los puertos españoles. La práctica pondría de relieve, entre otras cosas, el enorme músculo financiero de la organización, capaz de invertir esas sumas a fondo perdido.

También en esas investigaciones se constata que hombres del entorno de Dawes están, en efecto, viajando a Venezuela. Finalmente, sin embargo, el avión no vuela a España. El 23 de septiembre de 2013, gracias al aviso de la NCA, cuya task force venezolana está alerta en el aeropuerto caraqueño, la policía francesa intercepta en el aeropuerto Charles de Gaulle un cargamento de 1.332 kilos de cocaína, ocultos en 32 maletas facturadas a nombre de pasajeros que iban en el vuelo (pero sólo con un bulto facturado por ellos), cargadas en una zona especial de la bodega y descargadas aparte al aterrizar en París.

La connivencia de funcionarios del aeropuerto venezolano de Maiquetía, así como de personal del Charles de Gaulle, denota la potencia del entramado delictivo. Como consecuencia de la operación, se detiene a 27 personas en Venezuela. En París caen tres hombres asociados a Dawes y otros tres de la Ndrangheta calabresa, destinataria final del envío. Los tres italianos, por cierto, formaban parte de otra investigación de la UCO, la operación Corleone, cerrada en julio de 2014 con la detención de 32 personas en España, cuatro en Italia y la incautación de 1,3 millones de euros en efectivo y 40 negocios y propiedades en suelo español con los que los calabreses habrían blanqueado más de 8 millones de euros.

Las proporciones del alijo llevan a Europol a crear un grupo de trabajo con policías de Reino Unido, España, Francia, Holanda, Bélgica, Portugal y Alemania, para tratar de coordinar una estrategia conjunta contra una organización que acaba de dar indicios de su alcance continental. Señalan los guardias civiles como extraordinario que se consiga la implicación de Holanda, un país muy remiso a actuar contra el narcotráfico, que no considera un grave problema criminal; ello es posible debido a la relación detectada con bandas organizadas holandesas, entre ellas la banda de moteros llamada Satudarah, que presuntamente proporcionaría seguridad a las actividades en territorio holandés. En total se abre una quincena de operaciones relacionadas con la organización, incluida la llamada Enamoured, en la tierra natal de Dawes, Nottingham. En varias de ellas caen personas relacionadas con él; a alguna se le intervienen, por cierto, hasta tres terminales Blackberry con tarjeta encriptada PGP. Pero sigue sin poderse vincular al 1 con los detenidos; para ello habría que romper la encriptación, algo virtualmente imposible.

Trampa de cámaras

Mientras tanto, los guardias civiles continúan con los seguimientos de Dawes y su entorno en la Costa del Sol. Con poco fruto: cuando descuelga el teléfono, todo lo que el sistema de intervención telefónica les proporciona es este escueto mensaje: “Inicio conversación PGP. Fin conversación PGP”. Tratar de balizarle el coche es casi impensable, porque nunca lo deja sin vigilancia. Y cuando un día, extrañamente, el vehículo está un buen rato a merced de los investigadores, un veterano sargento de la unidad sospecha una trampa y se abstiene de colocarle la baliza. No anda descaminado: cuando lo detengan, Dawes contará que por consejo de su abogado había puesto cámaras de vigilancia en torno al coche para grabar al guardia civil y denunciarlo.

Tras la caída del alijo de París, empieza a haber una serie de muertes que la prensa atribuye a la organización de Dawes, o a una supuesta guerra derivada de la operación policial. Los guardias civiles son escépticos ante esa interpretación, o cuando menos no cuentan con pruebas para respaldarla: de las dos muertes habidas en España, se ha esclarecido ya una, la del norteamericano Alexander Tobon, asesinado en mayo de 2015, y lo que se desprende de la investigación no es más que la dinámica habitual de un negocio delictivo. Según los investigadores, Tobon estaría de hecho a las órdenes de Dawes, gestionando una de las casas donde la organización guarda sus dos mercancías principales, el dinero y la droga. Su muerte, imputada a una banda de paleros, tendría más que ver con la actividad de estos delincuentes, que simulan ser compradores para luego robar la droga a los traficantes. Al percatarse de la realidad de aquella transacción, Tobon habría intentado resistirse y por eso lo mataron a tiros (entre otras, de su propia arma).

Los guardias no aflojan, pese a todo, el cerco sobre Dawes. Obtienen algunos éxitos en una vía secundaria: el dinero de la organización. Vigilan a sus porteadores y efectúan intervenciones administrativas: una de 250.000 y otra de 100.000 euros. El guardia que realiza esta segunda intervención llama a su comandante en Madrid y le dice que el tipo lleva 100.000 euros justos, es decir, el máximo para que no sea infracción administrativa y no poder requisárselo. El comandante le sugiere que le mire en la cartera. Hay suerte: el correo lleva ahí 128 euros. Los 100.128 euros quedan incautados a la espera de que el portador acredite su lícito origen. O lo que es lo mismo: hasta hoy.

El 15 de julio de 2014, en una operación conjunta con la policía portuguesa, se intercepta, en Portugal, el velero Gloria de Granada, con 167 kilos de cocaína a bordo. Se detiene a cinco personas, entre ellas otro súbdito británico del que constan sus relaciones con Dawes. Pero una vez más, no puede probarse el vínculo del de Nottingham con este concreto cargamento.

El fruto caerá meses después. Los seguimientos revelan que Dawes ha entrado en contacto con unos colombianos afincados en España, con antecedentes por tráfico de drogas. Sube regularmente a Madrid a encontrarse con ellos, vigilan sus rutinas y descubren que Dawes suele escoger para sus reuniones ciertos hoteles del centro de Madrid. Los investigadores de la UCO, entre los que hay veteranos en la lucha contra ETA, que también utilizaba técnicas de encriptación de sus comunicaciones, y a la que no obstante se conseguía escuchar las conversaciones con regularidad, aplican el know-how acumulado y se las arreglan para situar un micrófono capaz de registrar lo que se dice en la conversación que Dawes mantiene con dos colombianos en un céntrico hotel madrileño. Uno de los colombianos, el que parece el jefe, habla con Dawes en inglés y le traduce al otro al español. El británico va como siempre, muy informalmente vestido, con camiseta y pantalones de batalla. Los dos colombianos, con trajes impecables. En esa conversación, los investigadores obtienen al fin lo que llevan años buscando, la incriminación de Teflon Don, el escurridizo.

Dawes le ofrece al colombiano que manda -y éste a su vez le traslada al otro, que parece el gestor- las puertas que tiene para introducir droga en Europa: en contenedores por los puertos de Algeciras y Valencia, barcos desde Venezuela y desde Santos (Brasil), aviones de carga en Holanda, barcos desde Marruecos a España, contenedores en Amberes, envíos por avión comercial en maletas con destino al aeropuerto de Bruselas (vía cualquier otro aeropuerto europeo menos Barajas, donde dice que “son muy cotillas y miran mucho”). En algún momento hablan de dinero, y Dawes se queja de las intervenciones que le ha hecho la Guardia Civil. Poco después suelta la bomba: les habla del alijo de París y les revela que era suyo para jactarse de cómo había logrado meter más de una tonelada de cocaína en maletas sin que se enteraran aquellos a cuyo nombre iban…

En su casa

A partir de aquí, se lanza la operación. Los investigadores propician una reunión de Eurojust, en la que los jueces y policías franceses se ofrecen, ya que el delito se cometió en su territorio, para asumir la iniciativa. Así es como los guardias que han conseguido la prueba contra Dawes, en compañía de agentes de la NCA británica y de la OCRTIS francesa (la unidad de la policía judicial gala especializada en narcotráfico), entran en su casa, tras neutralizar los agentes de la UEI, la unidad de intervención de la Guardia Civil, a los dos hombres que dan seguridad permanente en la vivienda. La reacción de Dawes es de incredulidad: está tan confiado en sus procedimientos que cuestiona que tengan nada contra él, y lo achaca todo a otra información de la NCA que volverá a quedar en nada, como en 2008. Viendo el destrozo que han causado los de la UEI, les dice a los guardias: “Podríais haber llamado. Os habría abierto”.

Y hasta aquí llega la historia, por ahora. La suerte de su protagonista está en manos de los jueces franceses.