Los rusos, resignados a las dificultades pero fieles a Putin

Para Anatoli Alexandrovich, científico ruso jubilado, la única manera de mejorar el sistema nacional de salud es muy simple: «Dejen caer una bomba atómica encima».

AFP

En la pequeña ciudad de Mojaisk, a 100 km al oeste de Moscú, el jubilado ha estado toda la mañana pasando de un médico a otro para intentar que le curen un coágulo de sangre.

«Los médicos están molestos con los pacientes y los pacientes están molestos con los médicos», concluye Anatoli Alexandrovich, de 77 años, que acudió al hospital con sus medallas soviéticas prendidas en el pecho.

«Si un doctor receta un medicamento que cuesta caro en Rusia, la administración local le regaña, y luego es el ministerio de Salud el que la toma con la administración local», explica a la AFP.

Tras hundirse en los años 1990, a raíz de la caída de la URSS, el sistema de salud ruso se ha visto afectado por multitud de recortes decididos por Vladimir Putin durante su último mandato.

A punto de ganar un cuarto mandato en las urnas el domingo, el presidente ruso prometió duplicar los gastos en salud en los próximos seis años, junto con otras medidas para reducir a la mitad la pobreza en Rusia.

Pero Anatoli Alexandrovich barre estas promesas de un manotazo. «En los 18 años bajo Putin, nada ha mejorado. La corrupción ha empeorado», denuncia, asegurando que «el poder se ha fusionado con los círculos criminales y Putin lo sabe».

El jubilado no votará por Putin y rechaza decir por quién lo hará.

Como él, numerosos electores rusos entrevistados en este suburbio de Moscú se muestran críticos con el poder y la situación económica. Pero, al contrario que él, la mayoría piensa apoyar al presidente ruso.

Los sondeos le atribuyen un 70% de la intención de voto, y eso, sin que Vladimir Putin haya llevado a cabo una verdadera campaña electoral, negándose a participar en los debates televisados.

Con la ayuda de una cobertura favorable en los medios federales y confidencias en varios documentales, se ha presentado como el hombre que ha devuelto la estabilidad y el poderío de Rusia tras el caos de los años 1990.

Una imagen de «presidente fuerte para un país fuerte», como reza su eslogan de campaña, que parece ser bastante popular entre los electores, cuya mayoría votará previsiblemente por él pese a que en los últimos cuatro años el nivel de vida haya bajado.

– ‘Peligroso’ –

Galina Belusova, de 30 años, se dice a menudo que habría sido «más fácil» vivir en la época de sus abuelos, con la Unión Soviética.

Entrando en el hospital de Mojaisk, con su hija de dos años en brazos, la joven suspira. «Todo se vuelve cada vez más caro», destaca, subrayando que las subvenciones estatales que recibe desde que nació su hija «apenas le permiten comprar un paquete de pañales».

Su marido encadena contratos temporales y, pese a sus esfuerzos, a veces ha pasado un año entero sin cobrar un sueldo.

Sin embargo, asegura que el sábado votará por Vladimir Putin. «Por supuesto, espero que Putin pueda mejorar la situación, aunque tengo mis dudas. Pero sería peligroso elegir a otro presidente».

Con Putin en el poder, «sé lo que puedo esperar», precisa.

Frente a él, hay otros siete candidatos, casi imperceptibles: el candidato del Partido Comunista, Pável Grudinin (7-8% de intención de voto), el ultranacionalista Vladimir Zhirinovski (5-6%), la periodista liberal Xenia Sobchak (1-2%) y otros tres que rozan el 1%.

Inhabilitado hasta 2024 a causa de una condena judicial, el principal opositor al Kremlin, Alexéi Navalny, instó a los rusos a boicotear los comicios.

Pero Vladimir Kirikov piensa ir a votar. «Estaría bien que hubiera más trabajo. Porque las empresas sufren, las granjas colectivas están muriendo… la gente no tiene ningún trabajo», declara este empleado de los servicios municipales de limpieza, de 25 años.

Sin dudarlo, le dará su voto a Vladimir Putin, porque lo admira por haber restaurado la capacidad militar de Rusia tras «la devastación» que dejó su predecesor Boris Yeltsin.

Para el cuarto mandato de Putin, Vladimir Kirikov solo pide una cosa: «Que no haya guerra».