La negra y sangrienta historia de Madame Mao, la mujer del líder comunista que dominó mil millones de almas

Madame-Mao

Muerto Mao Tse-tung, Madame Mao fue detenida y condenada como jefa de la criminal y corrupta Banda de los Cuatro. Se ahorcó en 1991.

Su primer gesto de rebeldía fue sacarse las vendas de los pies: milenario rito asiático para tornarlos más pequeños y –se supone– hacer más erótica y apetecible a su dueña.

Sucedió hacia 1916, dos años después de su nacimiento, en la remota aldea de Zhucheng, República Popular China.

La llamaron Luan Shumeng. Nombre transformado en Lang Ping (Manzana Azul) cuando, huyendo de un padre borracho y de una madre sin carácter, empezó a actuar en cine y en teatro, dicen que con cierto talento…

Y por fin, a sus 17 años y ese sábado de 1931 en que bailó por primera vez con ese hombre que la doblaba en edad y tamaño, Mao Zedong –el mismo que hace mucho llamábamos Mao Tse-tung–, fue para siempre (para el amor, el poder, la crueldad, el crimen, la tragedia)… la señora Jiang Qing.

El baile no fue casual: Mao amaba moverse –incesante– al compás de viejas melodías, «y en esos momentos se reía y hacía bromas como un niño», recuerdan la lingüista china Jung Chang y su marido, el historiador británico Jon Hallyday, en su libro Mao: la historia desconocida, publicado en 2006 luego de una profunda investigación: más de trescientas entrevistas variopintas: la familia del líder, el Dalai Lama y Henry Kissinger. Bastan esos botones para la muestra.

El primer día de octubre de 1949, finales de la Guerra Civil China y agonía de los nacionalistas del Kuomitang liderados por Chiang Kai Shek, el jefe del Partido Comunista, el todopoderoso Mao, proclama la República Popular China desde la puerta de Tian’anmen, en la Ciudad Prohibida de Pekín, hoy Beijing: su nombre original desde el siglo XV.

Una nueva era. Un nuevo amanecer. Un nuevo mundo para un nuevo hombre. Todos los falsos slogans y todas las fanáticas voces cubriendo el Cielo y la Tierra. Pero los ojos de algunos adláteres del Gran Jefe miran con recelo a Jiang Qing, su esposa desde 1939: una década que ella definió como «el sexo es importante, pero lo más importante es el poder».

El recelo de los grandes bonetes rojos contra Madame Mao tiene tres patas: es mujer (el comunismo es machista por definición), estuvo casada dos veces antes (¿una fidelidad frágil y vacilante?), y fue actriz (el comunismo desconfía de los artistas, los intelectuales, y los que se pintan la cara todas las noches).

Pero cuidado. La joven Manzana Azul está afiliada al PC desde 1933, conoce el trabajo duro –antes del escenario, y niña aún, trabajó en una tabacalera–, es la cuarta esposa de Mao: un argumento irrefutable; el corazón del Gran Hombre también es voluble…, y en una reunión partidaria lanza un lema estremecedor para el mundo, y acaso convincente para los rojos recalcitrantes:
–Yo soy el perro malo de Mao. Cuando él me pide que muerda… ¡muerdo con todas mis fuerzas!

Así las cosas, no es poco lo que consigue: según la revista Time, «está entre las veinticinco mujeres más influyentes del siglo XX».

Pero quiere más. Advierte que el intocable líder, el hombre que ejerció un poder absoluto sobre la cuarta parte de los habitantes del planeta y que carga en sus anchas espaldas de gran nadador, en tiempos de paz, ¡más de setenta millones de muertos!, superando a Stalin y a Hitler…, decae, afloja su ánimo, amenaza con desmoronarse. Y que tanto en su frente interno como en Occidente empieza a perder fuerza su conquista revolucionaria «un plato de arroz para cada chino».

 Yo soy el perro malo de Mao. Cuando él me pide que muerda… ¡muerdo con todas mis fuerzas!

Y por sobre todo, registra las críticas que erosionan lentamente a ese dios viviente.

«Manipula a la prensa. Su modelo es Stalin. Los campesinos jamás le importaron: los desprecia. Es inmoral, maníaco, egoísta. Ama las fiestas sexuales con sus amigas de la ópera china… prohibida por el Partido».

¿Se acerca el fin?
Es posible.
Pero llega al mismo tiempo el gran momento de Madame Mao. Su gloria. Y también su Némesis… El huevo de la serpiente tiene un nombre: El Libro Rojo de Mao, editado en 1964. Pequeño (de bolsillo). Páginas: 236. Capítulos: 33. Citas: 427 (algunas, brevísimas). Tiraje: 900 millones: segundo detrás de la Biblia.

Cada chino de 6 a 90 años debe tenerlo y exhibirlo. Es el arma, instrumento, palanca, motor, semilla de la llamada Revolución Cultural. Cientos de miles de estudiantes universitarios y de escuelas secundarias –lavados sus cerebros–, lanzados a reconstruir el maoísmo en sus formas más intolerantes y brutales, y claro remedo de las juventudes hitlerianas y de los jóvenes camisas negras de Mussolini. La historia, que parece tan compleja… ¡es a veces tan clara!

La ola roja duró, por fortuna e infortunio (bifronte insoslayable), apenas diez años.Hasta el 9 de septiembre de 1976, cuando una serie de males pulmonares y un infarto se llevó, a sus 83 años, a Mao Zedong.
Y también al objetivo impreso a fuego en el Libro Rojo: «Limpiar a la sociedad china de las influencias capitalistas y el pensamiento burgués», traducido en purgas políticas, exilios, trabajo forzado para millones en las llamadas «granjas de reeducación», torturas y fusilamientos en masa.

Madame Mao vio salir el sol. Sin el viejo y con todo el poder.
Pero como en algunos films, policiales o no, en la mañana del 6 de octubre, un tal Hua Guofeng, al mando de una patrulla militar, rodeó al cuarteto conocido ya en media China –¡que no es poco decir!– como La Banda de los Cuatro.

Operación veloz. Arresto y expulsión del Partido comunista de Jian Qing (madame, la jefa), Zhang Chunqiao, Wang Hongwen y Yao Wenyuan, altísimos dirigentes declarados culpables de miles de crímenes durante la Revolución Cultural, ataques contra la ideología marxista–leninista, delitos comunes contra rivales reales o presuntos (arrestos, torturas y asesinatos) a veces por simple venganza personal, y para que no faltara ingrediente alguno…corrupción.

Madame Mao fue condenada a la pena de muerte –luego conmutada por cadena perpetua–, pero liberada a principios de mayo de 1991 para ser tratada de cáncer de garganta.

Según un riguroso recuento del revisionismo chino, fue responsable directa de 35 mil ejecuciones.

El 14 de ese mismo mes se ahorcó en su cuarto del hospital.

Tenía 77 años.

Para entonces, nadie, en China ni en el mundo, recordaba su pasaporte al poder:
–Yo soy el perro malo de Mao. Cuando él me pide que muerda… ¡muerdo con todas mis fuerzas!

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En marzo del año pasado, China fue declarada la segunda economía mundial detrás de los Estados Unidos, reseñó Infobae