El mundo entero se estremece con los escalofriantes secretos del matrimonio infantil

El matrimonio infantil viola los derechos humanos más fundamentales porque se trata de un abuso sexual y una explotación inadmisibles.

La aterradora realidad de los matrimonios infantiles suele pasar desapercibida pero las cifras son escalofriantes, más de 700 millones de las mujeres actualmente casadas en todo el mundo contrajeron matrimonio cuando todavía eran niñas.

Una boda perfecta…, salvo por un pequeño detalle, este es el vídeo que nos propone UNICEF para acercarnos a esta realidad que está presente en todo el mundo y a la que debemos poner fin.

 

Existe la creencia común de que los matrimonios infantiles (cuando al menos uno de los contrayentes es menor de edad) es cosa de países como la India, el Líbano, Yemen, Nigeria, etc. Pero la realidad es otra. También se da en países como Méjico o mismamente en EE.UU, donde la cifra es también alarmante: nada más y nada menos que 3.853 niños y niñas contrajeron nupcias en Nueva York entre 2000 y 2010, tal y como denuncia la ONG Unchained at last.

Acá la nota:

Muy jóvenes para el altar, el mundo secreto del matrimonio infantil

Autor: Cynthia Gorney Fotografías: Stephanie Sinclair Fecha: 11 de octubre de 2017

Como se trataba de un casamiento ilegal y un secreto, salvo para los invitados, y dado que en Rajastán los ritos matrimoniales suelen efectuarse avanzada la noche, no fue sino hasta bien entrada la tarde que las tres novias menores de edad comenzaron a prepararse para hacer sus sagrados votos en este asentamiento agrícola árido al norte de India.

Se sentaron una al lado de la otra sobre la tierra, rodeadas por una multitud de aldeanas que sostenía una tela para saris a manera de cortina improvisada y vertía sobre la cabeza de las niñas agua jabonosa de una cacerola de metal. Dos de las novias, las hermanas Radha y Gora, tenían 15 y 13 años, respectivamente, edad suficiente para entender lo que sucedía. La tercera, su sobrina Rajani, tenía cinco. Llevaba una camiseta rosa con el dibujo de una mariposa en el hombro. Una mujer adulta le ayudó a quitársela para bañarse.

Los novios venían en camino desde su propia aldea; se esperaba que llegaran muy animados y ebrios. El único lugareño que había conocido a los novios era el padre de las dos niñas mayores, agricultor esbelto de cabello blanco, a quien llamaré el Señor M, y que sentía al mismo tiempo orgullo y recelo mientras observaba la llegada de los invitados que avanzaban cuesta arriba por el sendero rocoso que iba hacia los postes cubiertos de seda para brindar sombra; sabía que si algún policía insobornable se enteraba, el casamiento podría interrumpirse a media ceremonia, causando el arresto de integrantes de su familia así como una vergüenza persistente.

Rajani era nieta del Señor M por parte de la mayor de sus hijas casadas. Tenía ojos marrones redondos, nariz pequeña y ancha, y piel del color de la leche chocolateada. Vivía con sus abuelos. Los aldeanos decían que era el abuelo, el Señor M, quien más quería a Rajani; esto quedaba patente en la manera como le había conseguido un novio de la respetable familia de la cual también su tía Radha pasaría a formar parte al casarse.

Así, no se sentiría sola después de su gauna, ceremonia india que señala el paso físico de una novia de la familia a la de su esposo. Cuando las mujeres indias se casan de niñas, la gauna ocurre supuestamente después de la pubertad, de tal suerte que viviría durante algunos años más con sus abuelos y, a decir de los aldeanos, mientras tanto el Señor M había hecho bien en proteger a esta niña marcándola públicamente como casada.

Miramos fijamente, abatidos, a Rajani, la niña de cinco años, cuando se hizo evidente que la pequeña, descalza y con unas gafas de sol rosas, sería también una de las novias de la boda de medianoche. El hombre que nos había llevado a la aldea, primo del Señor M, solo nos había informado que había una boda planificada para dos hermanas adolescentes. Divulgar eso era de por sí riesgoso, ya que, por ley, en India las chicas no pueden casarse antes de cumplir 18 años.

Sin embargo, las técnicas usadas para pasar por alto las bodas ilegales, colusión de los vecinos, llamados al honor familiar, se emplean con mayor facilidad cuando las chicas casaderas han alcanzado por lo menos la pubertad. Se tiende a añadir discretamente a las hijas más pequeñas; no se incluye su nombre en las invitaciones. Rajani se durmió antes de que comenzara la ceremonia. Un tío la levantó con delicadeza de su cuna, se la echó al hombro y la llevó bajo la luna hasta el sacerdote hindú, ante el humo del fuego sagrado y los invitados en sillas de plástico, y su futuro esposo, un niño de 10 años con un turbante dorado.

El impulso de los extranjeros de rescatar a la joven novia puede llegar a ser abrumador: tomar rápidamente a la niña, golpear a los adultos que estén cerca y correr. Solo detener la ceremonia. Sobre mi escritorio, tengo pegada en la pared una fotografía de Rajani en su noche de bodas. En la imagen anochece, seis horas antes de la ceremonia nupcial, y su cara que mira hacia la cámara, con los ojos bien abiertos y la mirada apacible, deja entrever una sonrisa.

Recuerdo mis propias fantasías de rescate que se agitaban esa noche, no solo por Rajani, a quien podía echarme sobre mi propio hombro y robar yo sola, sino también por las hermanas de 13 y 15 años que iban a ser traspasadas como bienes adquiridos, de una familia a otra, porque un grupo de varones adultos había dispuesto por ellas de su futuro.

Las personas que trabajan tiempo completo para prevenir el matrimonio precoz y mejorar la vida de la mujer en sociedades con tradiciones rígidas son las primeras en descartar la impertinente noción de que cualquier aspecto relacionado con esta tarea sea sencillo. El matrimonio precoz forzado florece a la fecha en muchas regiones del mundo, arreglado por los padres para sus propios hijos, a menudo desafiando las leyes nacionales y entendido por comunidades enteras como un modo adecuado para que una mujer joven crezca cuando las alternativas, en especial si suponen el riesgo de que pierda su virginidad con alguien distinto a su marido, son inaceptables.

El matrimonio infantil atraviesa continentes, idiomas, religiones y castas.

En India, las chicas suelen ser ofrecidas en matrimonio a chicos cuatro o cinco años mayores; en Yemen, Afganistán y otros países con altos índices de matrimonios precoces, los esposos pueden ser varones jóvenes o viudos de mediana edad, o secuestradores que primero violan y después reclaman a sus víctimas como esposas, como es la práctica en algunas regiones de Etiopía. Algunos de estos matrimonios son transacciones comerciales: una deuda saldada a cambio de una novia de ocho años, una disputa familiar resuelta mediante la entrega de una prima virginal de 12.

Cuando se hacen públicos, se vuelven pasto para noticias que indignan fácilmente en sitios remotos. En 2008, la tragedia de Noyud Alí, la niña yemení de 10 años que se abrió camino sola hasta un juzgado urbano para solicitar el divorcio del hombre, de unos 30 años, con el que su padre la había obligado a casarse, generó encabezados en todo el mundo y, hace poco, un libro que ha sido traducido a 30 idiomas: Me llamo Noyud, tengo 10 años y estoy divorciada.

Pero en algunas cuantas comunidades en las que el matrimonio precoz arreglado por los padres es práctica común, entre las mujeres del asentamiento de Rajani, por ejemplo, parece infinitamente más difícil aislar la naturaleza de los males perpetrados contra estas chicas. Su formación será truncada no solo por el matrimonio, sino por los sistemas escolares rurales, que pueden ofrecer únicamente una escuela cercana hasta el quinto grado; más allá está el recorrido diario en autobús hacia la ciudad, en medio de multitudes de hombres depredadores.

La escuela secundaria al final del recorrido quizá no tenga baño interior privado en el que una adolescente pueda atender sus necesidades sanitarias. Y los estudios cuestan dinero, algo que una familia pragmática seguramente está guardando con sumo cuidado para los hijos varones. En India, donde la mayoría de las recién casadas abandona el hogar para mudarse con la familia de sus esposos, el término hindi paraya dhan hace referencia a las hijas que siguen viviendo con sus propios padres. Su significado literal es «la riqueza de otra persona».

La sola idea de que las jóvenes tengan el derecho de seleccionar a sus propios compañeros sigue considerándose en algunas partes del mundo una insensatez. En gran parte de India, por ejemplo, la mayoría de los matrimonios siguen siendo arreglados por los padres. Un matrimonio sólido se considera como la unión de dos familias, no de dos personas. Esto exige una negociación minuciosa realizada por varios ancianos, no por los jóvenes que siguen los pasajeros impulsos del corazón.

De modo que en comunidades donde la pobreza es apremiante, donde se considera a las que no son vírgenes arruinadas para el matrimonio, donde abuelas y bisabuelas instan a que estos se realicen, es posible ver por qué titubean hasta los detractores más aguerridos del matrimonio precoz: al tratar de entender por dónde comenzar. «Un padre recurrió frustrado a uno de nuestros trabajadores, relata Sreela Das Gupta, especialista en Salud de Nueva Delhi quien antes trabajó para el Centro Internacional de Investigaciones sobre la Mujer (ICRW), una de las muchas organizaciones mundiales sin fines de lucro que trabajan activamente en contra del matrimonio a edad temprana. Este padre dijo: Si estoy dispuesto a casar a mi hija cuando tenga mayor edad, ¿ustedes se harán responsables de su protección?. El trabajador regresó a la oficina y nos dijo: «¿Qué se supone que debo decirle si la violan a los 14?». Son preguntas para las cuales no tenemos respuesta.

Escuché el relato sobre la rata y el elefante, en una región remota al occidente de Yemen; viajaba con un hombre llamado Mohammed, quien se había ofrecido a llevarnos a una aldea que se encontraba camino abajo. «Lo que sucedió en esta aldea me ha hecho enojar, menciona. Ahí había una chica. Su nombre es Ayesha». Estaba sumamente enfadado. «Tiene 10 años señala. Es diminuta. El hombre con el que se casó tiene 50, con una gran panza, así de grande». Extiende su brazo alrededor de sí mismo, indicando una circunferencia descomunal. «Como si una rata se casara con un elefante».

Mohammed describe el arreglo denominado shighar, por el cual dos hombres se proveen entre sí de esposas nuevas mediante el intercambio de parientes. «Estos hombres se casaron cada uno con la hija del otro, afirma Mohammed. Si las edades hubiesen sido las apropiadas entre los esposos y las nuevas esposas, no creo que nadie lo hubiese denunciado. Pero las chicas de nueve o 10 no deberían casarse. Quizá de 15 o 16».

Cincuenta familias viven en las casas de piedra y concreto de la aldea que visitamos. El dirigente de la localidad, o jeque, tenía un teléfono móvil metido debajo del cinturón al lado de su tradicional daga yemenita. Nos acompañó a una casa de techos bajos atestada de mujeres, bebés y chicas. El jeque se puso en cuclillas en medio de todas, haciendo cara de pocos amigos e interrumpiendo. Me miró con recelo. «¿Tiene hijos?», me preguntó.

Dos, respondí, y el jeque pareció consternado. «¡Solo dos!». Inclinó la cabeza hacia una mujer que amamantaba a un bebé en un brazo mientras repelía a dos niños pequeños con el otro. «Esta joven tiene 26 años, afirmó. Ella tiene 10 hijos».Se llamaba Suad. El jeque era su padre. La casaron a los 14 con un primo que él había escogido. «Me gustaba, dijo Suad, con la voz baja, al tiempo que el jeque mantenía su mirada puesta en ella. Estaba contenta».

El jeque hizo varias declaraciones concernientes al matrimonio. Afirmó que ningún padre jamás obliga a su hija a casarse contra su voluntad. Dijo que los riesgos médicos del parto de mujeres menores eran muy exagerados. Señaló que la iniciación en el matrimonio no era necesariamente fácil, desde la perspectiva de la novia, pero que no tenía sentido inquietarse por esto. «Claro que toda chica se asusta la primera noche, mencionó el jeque. Se acostumbra a eso. La vida sigue».

Su teléfono sonó. Lo sacó de su cinturón y salió del lugar. Me quité el pañuelo de la cabeza, algo que había visto hacer a mi intérprete cuando no ya había hombres y comenzaba la charla íntima de las mujeres. Hablando rápidamente, les preguntamos: «¿Cómo las preparan a ustedes para su noche de bodas? ¿Alguien les enseña qué esperar?».

Las mujeres miraron hacia la entrada, donde el jeque estaba absorto en su llamada telefónica. Se inclinaron hacia delante. “Las chicas no saben” comentó una de ellas, “los hombres sí, y las fuerzan».

“¿Podrían hablarnos sobre la joven Ayesha y su esposo elefante de 50 años?” Las mujeres comenzaron a hablar todas a la vez: fue algo horrible; debió haberse prohibido, pero ellas no pudieron impedirlo. La pequeña Ayesha gritó al ver al hombre con el que se casaría, dijo una mujer joven llamada Fátima, quien resultó ser hermana mayor de Ayesha.

Alguien alertó a la policía, pero el padre de Ayesha le ordenó que se calzara con zapatos de tacón para verse más alta y un velo para ocultar su rostro. Le advirtió que si lo enviaban a prisión, mataría a Ayesha cuando saliera. La policía se fue sin molestar a nadie y actualmente (ahora las mujeres hablaban con apremio y quedamente, porque al parecer el jeque estaba terminando su llamada) Ayesha vivía en una aldea situada a dos horas de camino, casada.

«Tiene un teléfono celular, dijo Fátima. Todos los días me llama y llora».

«Si hubiera algún peligro en el matrimonio precoz, Alá lo habría prohibido, me confía un día el parlamentario yemenita Mohammed Al-Hamzi, en la ciudad capital de Saná. «Algo que Alá mismo no prohibió, no podemos prohibirlo nosotros». Al-Hamzi, conservador religioso, se opone vigorosamente a los intentos legislativos en Yemen por prohibir el matrimonio para muchachas menores de determinada edad (17, en una versión reciente) y hasta ahora esas tentativas han fracasado. A decir de él, el islam no permite relaciones maritales antes de que una chica esté físicamente lista para ello, pero el sagrado Corán no señala restricciones de edad, de modo que estas cuestiones son terreno de la familia y de los guías religiosos, no del derecho nacional. Además, está la cuestión de Ayesha, la amada del profeta Mahoma: tenía nueve años de edad, según el relato convencional, cuando se consumó el matrimonio.

Otros musulmanes yemeníes invocaron ante mí el argumento erudito de que Ayesha era en realidad mayor cuando sostuvo relaciones maritales, quizá una adolescente, quizá tenía 20 años o más. En cualquier caso, su edad precisa no es pertinente, añadían con firmeza; cualquier hombre de nuestro tiempo que exija casarse con una niña pequeña falta a la fe. «En el islam, el cuerpo humano es muy valioso», declara Najeeb Saeed Ghanem, presidente del Comité de Salud y Población del Parlamento yemení. «Como joyería».

Enumeró algunas de las consecuencias médicas de obligar a las niñas a tener relaciones sexuales y del parto antes de que hayan alcanzado la madurez física: desgarramiento de las paredes vaginales; fístulas, rupturas internas que pueden llevar a toda una vida de incontinencia; chicas en pleno parto a quienes las enfermeras deben explicarles los aspectos prácticos de la reproducción humana. «Las enfermeras preguntan de entrada:¿Sabes lo que está pasando?», me dijo un pediatra en Saná. «¿Entiendes que este es un bebé que ha estado creciendo dentro de ti?».

La sociedad yemení no tiene una tradición de franqueza acerca de las relaciones sexuales, incluso entre madres e hijas instruidas. Hasta hace tres años, en raras ocasiones se hablaba abiertamente acerca de la realidad de estos matrimonios (el entendimiento murmurado de que algunos padres en verdad están dispuestos a entregar a sus hijas a hombres adultos), cuando Noyud Alí, de 10 años, súbitamente se convirtió en la rebelde contraria al matrimonio de niñas menores de edad más famosa del mundo.

Entre los yemeníes, la gran sorpresa en la historia de Noyud Alí no fue que su padre la obligara a casarse con un hombre tres veces mayor que ella, ni tampoco que el hombre la forzara sexualmente la primera noche, a pesar de las supuestas promesas de esperar a que fuera mayor, de suerte que en la mañana las nuevas suegra y cuñada de Noyud examinaron con aprobación la sábana ensangrentada antes de sacar a la niña de la cama y llevarla a bañar. No. Ninguno de esos detalles era especialmente notable. La sorpresa radicaba en que Noyud contraatacó.

«Su caso fue la piedra que perturbó el agua», afirma uno de los periodistas yemeníes que comenzaron a escribir sobre Noyud después de que un día ella se presentara sola en un juzgado de Saná. Se había escapado de su marido e ido a su casa. Había desafiado a su padre cuando él le gritó que el honor de la familia dependía de que ella cumpliera sus obligaciones de esposa. Su propia madre se sentía demasiado acobardada para intervenir. Fue la segunda esposa de su padre la que finalmente le dio a Noyud la bendición y dinero para un taxi y le dijo adónde acudir, y cuando el atónito juez le preguntó qué hacía sola en el juzgado de la gran ciudad, Noyud le respondió que quería el divorcio. Una prominente abogada yemení tomó el caso de Noyud.

Artículos noticiosos comenzaron a aparecer en inglés, primero en Yemen y luego en el entorno internacional; tanto los encabezados como Noyud misma eran irresistibles y, cuando por último se le otorgó el divorcio, las multitudes que estaban en el juzgado de Saná estallaron en aplausos. Fue invitada a Estados Unidos, donde se le rindió homenaje ante más audiencias que la aclamaban.

Todas las personas que conocían a Noyud quedaban pasmadas por su desconcertante combinación de aplomo y desenvoltura. Cuando la conocí en la oficina de un diario en Saná, llevaba puesta una abaya de su tamaño, el atuendo usado por las mujeres yemeníes en público después de la pubertad que las cubre por completo. Aunque para ese momento había cruzado el Atlántico de ida y vuelta y había sido interrogada por muchísimos adultos curiosos, fue tan dulce y directa como si mis preguntas fueran completamente nuevas para ella.

En el almuerzo se arrimó a mi lado cuando nos sentamos sobre tapetes de oración y me mostró cómo remojar mi pan ácimo en la olla de estofado que compartiríamos. Me dijo que vivía en casa de nuevo y asistía a la escuela (su padre, vilipendiado públicamente, la había aceptado de nuevo a regañadientes), y en sus cuadernos estaba redactando una carta abierta a los padres yemeníes: «No permitan que sus hijas se casen. Arruinarán su instrucción y arruinarán su infancia si permiten que se casen tan jóvenes».

En medio de las campañas internacionales contra el matrimonio infantil, algunas de las más rudas son las mismas chicas rebeldes; cada una de sus historias detona en consecuencia nuevas rebeliones. En Yemen conocí a Reem, de 12 años, quien obtuvo su divorcio unos meses después del de Noyud; al hacerlo persuadió a un juez hostil que insistía, memorablemente, en que una esposa tan joven no era aún lo suficientemente madura para tomar la decisión de divorciarse. En India me encontré con Sunil, de 13 años, quien a los 11 juró a sus padres que rechazaría al novio que estaba a punto de llegar; si intentaban obligarla, afirmó, los denunciaría con la policía y le rompería la cabeza a su padre.

El esfuerzo por alcanzar a más chicas menores de edad y sus familias, va mucho más allá de los matrimonios prenúbiles que con tanta facilidad suscitan la indignación pública. «Sin embargo, la mayor parte de las chicas que se casan antes de cumplir la mayoría de edad tienen entre 13 y 17 años», afirma Saranga Jain, especialista en Salud de los adolescentes. «Queremos volver a caracterizar el problema como uno que no solo atañe a chicas muy jóvenes».

Desde la perspectiva del ICRW, cualquier matrimonio de una adolescente menor de 18 años es un matrimonio precoz y, aunque resulta imposible sacar cuentas definitivas, algunos investigadores calculan que cada año entre 10 y 12 millones de chicas del mundo en desarrollo se casan así de jóvenes. Las tentativas por reducir este número tienen presente las variadas fuerzas que impulsan a una adolescente a casarse y a comenzar a procrear, matando así sus oportunidades de mayor instrucción y salarios justos. La coerción no se presenta siempre en forma de unos padres dominantes.

En ocasiones las chicas abandonan su niñez porque es lo que se espera de ellas o porque sus comunidades no tienen nada más que ofrecer. Lo que al parecer funciona mejor, cuando los programas que buscan retrasar los matrimonios efectivamente arraigan, son los incentivos locales en lugar de la censura: los estímulos directos destinados a mantener a las chicas en la escuela, además de colegios a los que puedan asistir de manera realista. India capacita a trabajadoras comunitarias de aldea llamadas sathins, quienes están al pendiente del bienestar de las familias de la zona; entre sus obligaciones destaca recordar a los aldeanos que el matrimonio precoz no solo es un delito sino un profundo daño a sus hijas. Fue una sathin de Rajastán, respaldada por sus ilustrados suegros, quien persuadió a los padres de Sunil, de 11 años, de abandonar el plan de matrimonio y permitirle que volviera a la escuela.

La falla de la fantasía toma-a-la-chica-y-corre es la siguiente: ¿luego qué? «¿Si separamos a una chica y la aislamos de su comunidad, cómo va a ser su vida?», pregunta Molly Melching, fundadora de una organización con sede en Senegal llamada Tostan, la cual se ha ganado el respeto internacional por su promoción de programas formulados en la comunidad para animar a las personas a abandonar el matrimonio precoz y la mutilación genital femenina. Los trabajadores de Tostan alientan a las comunidades a hacer declaraciones públicas sobre las normas para sus hijas, de suerte que ninguna chica sea señalada como diferente si no se casa joven.

«La manera de modificar las normas sociales no es luchar contra ellas ni humillar a las personas y decir que son atrasadas. Hemos observado que una comunidad entera puede elegir cambiar muy rápidamente. Resulta inspirador», asegura Melching.

La persona que me explicó con mayor elocuencia el terrible equilibrio necesario para criarse de manera independiente y respetuosa dentro de una cultura de matrimonio precoz fue una chica rajastaní de 17 años llamada Shobha Choudhary. Tenía cejas que expresaban severidad, un porte erguido y una lustrosa cabellera recogida en una cola de caballo. Estaba en su último año de bachillerato y era una estudiante sobresaliente; años antes, en su aldea, había sido seleccionada por el Proyecto Veerni para recibir instrucción gratuita en su internado para chicas de la ciudad de Jodhpur.

Shobha está casada y lo ha estado desde los ocho años. Recuerda la ocasión: una ceremonia grupal, una docena de chicas de la aldea, gran emoción en un lugar muy pobre. «Ropas nuevas hermosas ?me dice Shobha con una sonrisa que no expresa alegría?. Yo no sabía el significado del matrimonio. Estaba muy contenta».

Sí, dice, ha visto a su joven esposo desde el casamiento. Pero solo brevemente. Él es unos años mayor. Hasta ahora, ella ha logrado posponer la gauna, la transición hacia la vida matrimonial con la familia de él. Desvió la mirada cuando le pregunté qué impresión tenía de él y dijo que no es instruido. Nos miramos una a la otra y ella negó con la cabeza; no había posibilidad alguna de que deshonrara a sus padres al retrasar la gauna indefinidamente: «Tengo que estar con él. Lo haré estudiar y entenderá las cosas. Pero no lo dejaré».

Afirma que quería ir a la universidad. Su mayor deseo era cumplir con los requisitos para ingresar en la fuerza policiaca india, de modo que pudiera especializarse en la aplicación de la ley para la prohibición de matrimonios precoces. Durante todo el bachillerato ha llevado un diario. En una de las entradas, se lee lo siguiente: «Frente a mis ojos, jamás permitiré que sucedan matrimonios precoces. Salvaré a todas y cada una de las niñas».

Todas las veces que visité la aldea de Shobha, sus padres servían chai, es decir, té con especias, en sus mejores tazas, y los relatos de Shobha se volvían más elaborados. ¡No había sido un casamiento! ¡Solo una fiesta de petición de mano! Muy bien, fue un casamiento, pero eso fue antes de que la gente de Veerni hiciera su amable ofrecimiento y la capacidad de Shobha los hubiese sorprendido a todos. Fue Shobha quien había averiguado cómo conseguir electricidad para la casa, de modo que ella y sus hermanos menores pudieran estudiar después del anochecer.

«Puedo firmar documentos, me dijo la madre de Shobha. Ella me enseñó cómo escribir mi nombre». Y ahora, según lo indicaron sus padres, era seguro que este hermoso episodio estuviera terminando: había llegado el momento. El esposo llamaba al celular de Shobha, exigiendo una fecha. El apoyo de Veerni solo dura hasta el bachillerato; para seguir en la escuela y cubrir el costo de la universidad, Shobha necesitaba un donante. El correo electrónico llegó después de mi regreso a Estados Unidos: «¿Cómo está? La extraño, señora. Señora, estoy estudiando licenciatura en artes, 1er. año. También quiero tomar curso de inglés hablado y curso de computación. Por favor responda rápidamente, señora, es urgente para fecha de admisión en universidad».

Mi esposo y yo hicimos la donación. «Veamos qué sucede ?me había dicho Shobha la última vez que la vi en India?. Sea lo que fuere, debo ajustarme. Porque las mujeres deben sacrificarse». Mi voz subió de tono más de lo que era mi intención: por qué las mujeres deben ser las que se sacrifiquen, pregunté, y la mirada de Shobha me sugirió que solo una de nosotras, en ese momento, entendía el mundo en el que ella vive. «Porque nuestro país está orientado hacia los hombres», dijo.

Ahora ha completado más de un año de estudios posbachillerato: capacitación en cibernética, preparación para los exámenes de ingreso en la policía. Ocasionalmente recibo mensajes electrónicos de ella y hace poco mi intérprete hindi de Jodhpur pidió prestada una cámara de video y se reunió con ella, en mi nombre, en un café de la ciudad. Shobha mencionaba que estaba estudiando para el examen siguiente. Se aloja en un hostal seguro para chicas situado en la ciudad. Su esposo la llama con frecuencia. Aún no se realizaba la gauna.

En un momento dado, en inglés, con una enorme sonrisa en el rostro, dijo: «Nada es imposible, señora Cynthia. Todo es posible». Dos días después de recibir el video, llegó un cable de Yemen. Los diarios informaban que la novia de una aldea había sido abandonada en un hospital de Saná cuatro días después de su boda. Según los funcionarios del hospital, los órganos internos de la chica sufrieron lesiones al parecer debido al acto sexual. Murió desangrada. Tenía 13 años.

Publicado por: National Geographic en español