El «Barón de la droga» más grande de EEUU reveló quiénes eran sus clientes y socios del poder

droga-Estados-Unidos

Con sólo 20 años, Jorge Luis Valdés llegó a controlar el 95% de la droga que ingresaba a Estados Unidos. En diálogo con el portal de noticias Infobae, contó sus inicios en el cártel del Medellín, sus reuniones para sobornar a presidentes y fiscales, y la vida en prisión.

Dinero, mujeres, poder… Con apenas 20 años, y un futuro promisorio, Jorge Luis Valdés se encontró con una vida que jamás había imaginado. Ni siquiera en el momento más duro de su infancia, cuando de un día para el otro dejó Cuba, en pleno inicio de la Revolución, en busca del «sueño americano». O por lo menos eso le había prometido su madre.

Su primer momento «cataclísmico», tal como él lo definió, fue cuando casi al pie del avión, las autoridades cubanas no le permitieron viajar a su madre. Ese niño que dejaba atrás toda una vida acomodada en la isla asumió la responsabilidad de cuidar de sus dos hermanos menores.

La vida no le fue fácil en Miami. Pero después de mucho sacrificio, logró estudiar contabilidad en la Universidad de Miami y llegar a ser uno de los empleados más jóvenes en la Banca Federal de Estados Unidos. Muchos lo veían como un diamante en bruto. Tenía inteligencia, poder de voluntad y superación. «Para mí el significado que iba a tener mi vida era cuando yo fuera a ser alguien», le contó Valdés a Infobae, durante su reciente gira a la Argentina para presentar su libro «Cerebro narco».

Un día como cualquier otro, en la Universidad, se convertiría en un antes y un después en su vida. Lo que primero comenzó como una propuesta laboral, luego terminó siendo el camino que llevó al cubano a convertirse en el mayor narcotraficante de ese entonces, fines de la década de los 70. Conocido como el «Barón de la droga», llego a ganar, con apenas 20 años, hasta tres millones de dólares por mes: «Estamos hablando de 50 a 60 millones de dólares, a día de hoy».

A continuación, Valdés relata cómo fue dejar Cuba para comenzar una aventura desconocida, su vida en Miami, y cómo terminó siendo el responsable del 95% de la cocaína que ingresaba a Estados Unidos.

-Me gustaría comenzar por sus primeros años en Cuba, su infancia. ¿Cómo se da su exilio y cómo fue desarrollando su vida en Estados Unidos?

-Mi vida la veo en tres momentos cataclísmicos, que definen mi vida y me vuelven la persona que llegué a ser. Yo viví una juventud en Cuba, eran los principios de la Revolución… yo nací en el 57, la Revolución comenzó en el 59. Mi madre era muy católica, mi padre un empresario muy importante, un hombre muy rico. Nosotros íbamos al colegio, y empieza la doctrina comunista, donde Fidel empieza a enseñar a los niños que Dios no existía. Sin embargo, en mi casa mi madre nos decía «Dios es todo». Ella aplicó en el 62 para salir de Cuba, nos dieron la salida en el 66. Cuando estábamos en el aeropuerto, yo tenía 10 años, mi hermano 9 y mi hermana 3, de pronto dicen que mi madre no puede venir. En esos tiempos en Cuba la madre era el núcleo de la casa. Entonces mi madre se queda, y cuando le dice que no puede venir, mi papá dice «yo no voy». Él nunca se quiso ir, nunca pensó que la Revolución lo iba a afectar. Era un hombre de 40 años muy rico y venir a Estados Unidos, sin un centavo, sin hablar el idioma, y con tres niños, para él era una pesadilla. Entonces mi madre viene y me coge la mano. Yo no sabía qué estaba pasando. Me coge la mano y me dice: «Mijo, lleva a tus hermanos a Estados Unidos, algún día yo te veré». Entonces yo es como su hubiese estado en coma… Mi mundo radicalmente cambia ese día. Mi padre cuando nos vio subir al avión entonces vino con nosotros. Fuimos a vivir a una casa pequeña, un apartamento en Miami. Éramos 11 con un solo baño. Teníamos que apuntar por la mañana quién iba a usar el baño porque todo el mundo tenía que ir al colegio y trabajar. Y de pronto sin tener suficiente dinero para comer. Entonces, en ese primer cambio cataclísmico de mi vida, Dios no existe. Porque si la manera en la que vamos a venir a vivir a Estados Unidos, esto es lo que Dios tiene para nosotros, entonces Fidel estaba correcto y mi mamá estaba loca. Y así vivo por muchos años de mi vida. Pero bajo esos principios grandes de mi padre, que venía de pobreza y me decía: «Mijo, sacrifica, trabaja duro, y saldrás adelante». Entonces yo me dediqué a estudiar, a trabajar desde los diez años y a los 17 años fui el empleado más joven de la Banca Federal americana. Entré a la Universidad de Miami a los 17 años, el primero en mi clase… Y mi vida era muy bien organizada. No usaba drogas… yo digo que todo el alcohol que había consumido con 25 años de edad no pasaba una taza de café. Mi vida era solamente ir a la Banca ocho horas, y estudiaba de noche tiempo completo. Me iba a graduar a los 20 años de edad, iba a entrar al colegio de Leyes, iba a ser abogado, y antes de los 30 iba a ser millonario. Esa era mi vida: trabajar, luchar y trabajar.

-Su objetivo era ser millonario antes de los 30 años…

-Ese era el goal (objetivo) mío. Para mí el significado que iba a tener mi vida era cuando yo fuera a ser alguien. Porque cuando nosotros llegamos de Cuba el racismo que había en Miami era increíble. Nosotros no podíamos ir a los baños que iban los de raza blanca, teníamos que ir a los baños donde iban los de raza afroamericana. Yo decía «tú vales en este mundo lo que llegues a ser». Yo vivía como enfocado en un túnel. Yo voy a hacer todo lo que tenga que hacer, trabajar más duro que cualquiera, estudiar más que cualquiera, y voy a ser una persona importante y voy a ser millonario. A los 20 años, mi profesor de Contabilidad de la Universidad de Miami me dice: «Mira Jorge, si tú haces la contabilidad para mis clientes que son hispanos, yo te doy oficina y tú puede empezar tu propia empresa. ¿Para qué quiere seguir en el Banco?». Mi madre y mi padre me dijeron «estás loco», porque tenía un trabajo súper prestigioso. Mi madre me dijo: «Mijo, si tú crees que puedes ser el mejor, nunca vas a llegar a nada trabajando para ellos».

-¿Para ese entonces su madre seguía en Cuba?

-No, mi madre a los cuatro meses llegó. Entonces me fui a trabajar para ellos. Y el primer cliente que me toca hispano, era una pequeña bodega, de unos 8 metros de ancho por 14 metros de largo. Yo veía la factura de lo que ellos compraban y yo decía «acaban de comprar 500-600 dólares a la semana». Sin embargo, me están dando recibos que vendieron 100.000 dólares. Y yo decía «esto no concuerda». Pero muy inocente. A la tercera semana los llamé a los dueños y les dije: «Mira. Aquí hay un problema. Hay una fórmula de contabilidad muy básica: tú compras algo por «x» cantidad, lo vendes por «x» cantidad y la diferencia es la ganancia. ¿Pero cómo tú estás vendiendo 100.000 dólares si tú lo único que estás comprando son 600 dólares?». Entonces él se ríe y me dice: «Mira Jorge, nosotros somos narcotraficantes». Esto en el año 1976. Para mí fue un shock. Pero yo dije «yo soy contador, mientras yo no me involucre en nada de ellos, no hay ningún problema». De pronto ellos empiezan a verme y empiezan a preguntarme si yo sabía abrir cuentas extranjeras. Habiendo trabajado para el Gobierno Federal yo sabía cómo abrir cuentas extranjeras. Entonces me dice: «Mira, necesitamos que nos abras cuentas extranjeras porque nosotros queremos proteger. Hay control de divisas en Colombia, y queremos proteger nuestro dinero». No había lavado de dinero en ese tiempo. Entonces empecé a abrirles cuentas en el extranjero. A mí me costaba 600 dólares abrir una cuenta y les cobraba 10.000 dólares. 10.000 dólares era muchísima plata en ese tiempo. ¿Entonces qué es lo que pasa? Mi mundo empieza a cambiar. A partir de ahí, ellos quieren que yo empiece una empresa para traer bananas de Colombia. En su mente lo único que iban a traer era cocaína. Pero yo en mi inocencia dije: «Esto es tremendo negocio. Vamos a traer bananos, formamos esta empresa, compramos un barco». Me hacen a mí presidente, me dan el 20% de la empresa, me dan un buen salario y yo digo «bueno, ya estoy en camino a lo que quiero hacer en mi vida».

-¿Usted sospechaba que detrás de ese negocio estaba el narcotráfico o realmente pensaba que se trataba de un negocio de bananas?

-Yo estaba convencido de que el negocio era legal. Yo no iba a poner mi nombre de presidente si era ilegal. Pero estaba convencido también de que eran narcotraficantes. Pero es muy importante que nos traspasemos a los años 70 para poder entender cómo un muchacho joven, limpio, con un futuro inmenso cae en esa trampa. La droga y el narcotráfico en los años 70 eran muy diferente a lo de hoy en día. Porque en ese tiempo la cocaína era algo que solamente consumían los ricos y los famosos. Una casa, para un gerente de un banco, en ese tiempo valía 30.000-40.000 dólares y un kilo de cocaína valía 70.000 dólares. Entonces, ¿quién consumía eso?  La farándula, los artistas, la gente famosa, los millonarios. En nuestro grupo, que luego pasó a ser el Cártel de Medellín, nadie consumía droga. Nosotros estábamos vendiendo alcohol, cuando el alcohol estaba prohibido en Estados Unidos. Esa era nuestra mentalidad. No le estamos haciendo daño a nadie y era mi manera de justificar, de cruzar una línea que después me toma muy difícil para echar atrás. De ahí abrimos la compañía. Salvo una serie de eventos que yo digo en el libro «Cerebro narco», de pronto ellos quieren que yo maneje todas las operaciones de los Estados Unidos. Yo tenía una imagen muy limpia, sabían que yo era muy inteligente… Yo voy a una fiesta un día con uno de ellos y veo a un juez federal usando cocaína delante de todo el mundo. Un juez que tenía una reputación de ser súper estricto, súper duro. Entonces yo me dije: «Si a los diez años dije que no hay Dios, a los 20 años digo que no hay moral en los Estados Unidos».

-¿Qué figuras de la farándula, o mismo de la política, participaban de esas fiestas?

-Nosotros le vendíamos a todos los artistas de Hollywood. Uno de los clientes más grandes nuestro era Sammy Davis Junior. Y de ahí, imagínate todo su círculo. Todas las artistas famosas, todos los cantantes famosos. Todas las familias más ricas de los Estados Unidos. Porque en ese tiempo en Estados Unidos, si tú dabas una fiesta a ese nivel, y no tenías un plato elegantísimo de cristal, con un kilo de cocaína, tu fiesta no valía nada. Para mí empieza a venir un mundo… de un niño que no había tenido mundo alguno. Porque todo mi mundo era trabajar y estudiar.

-¿Qué edad tenía en ese entonces?

-Yo tenía 20 años. Y empiezo a los 21 en el cártel. Ellos vienen a mí, pero me molestaban: «Queremos que tú seas el encargado». Yo de verdad no quería, estaba feliz con la empresa que íbamos a hacer de los plátanos y con el dinero que yo ganaba manejándoles el dinero en las cuentas extranjeras. De pronto yo voy y les voy a hacer una propuesta estúpida, y de esta manera me los voy a quitar. «Está bien. Si ustedes quieren que yo maneje todo, yo me encargo de todo lo que ustedes quieran, pero tienen que poner mi parte porque yo no tengo dinero y no trabajo para nadie. Yo quiero ser socio igual». En ese tiempo eran cuatro personas. Eran el núcleo de todo lo que empezó el narcotráfico de cocaína en los Estados Unidos. No digo que no había personas que traían uno, dos o tres kilos… Pero un grupo que haya traído cantidades grandes, empezando con 200, 300, 400, 500 kilos, 1.000 kilos, en los años 70 trayendo aviones, comprando pistas, trayéndolo en vuelos comerciales de Colombia a través de la aduana americana… Eso era este grupo.

-¿Cómo lograban pasar la droga a través de la aduana?

-Nosotros teníamos contactos por todos lados. El dinero corrompe, y corrompe a niveles inmensos. Que es algo cuando enfocamos el problema que existe en el mundo con el narcotráfico. Cómo tú le vas a decir a un policía que no vire la espalda, o que no trabaje para un narco, cuando ese policía gana una cantidad mínima y viene el narco y le ofrece 1.000 o 2.000 dólares. Cae cualquier ser humano. Nosotros teníamos contactos hasta en la Casa Blanca de los Estados Unidos. Teníamos sheriffs, jefes de policía que nosotros cuando en una finca que teníamos ellos controlaban todo ese territorio  y nosotros traíamos el avión y nosotros poníamos la cocaína en el baúl del carro de policía y nos la traían a Miami.

-O sea que había funcionarios del gobierno de Estados  Unidos que estaban al tanto de estas maniobras…

-A todo nivel. Llegó un momento que yo, que estaba a cargo de la mayoría, sobornaba a un nivel de 500.000 dólares al mes.

-¿A quienes sobornaba puntualmente?

-Jueces, policías, agentes narcóticos, políticos, personas que controlaban los radares en Washington. A todo nivel… Presidentes de otros países, jefes de policías a nivel federal de casi todos los países de América Latina.

-¿Por ejemplo qué funcionarios o presidentes de ese momento?

-Digamos [Manuel Antonio] Noriega (ex dictador de Panamá, entre 1983 y 1989). Uno de los que más trabajaba para nosotros. En Costa Rica nosotros financiábamos la campaña de [Luis Alberto] Monge, que fue presidente en 1990. El dinero que nos entraba era tanto que podíamos comprar a quien sea.

-¿Usted participaba de las reuniones con estas personas?

-La mayoría de los contactos los hice yo. Cuando yo estaba encargado, del 77 al 79, yo caigo preso en el 79, sigo manejando lo que era la organización mía dentro de la prisión pero ya no sigo manejando lo que es los sobornos porque era muy difícil. Y después del año 85 al 87.

-¿Cuánto fue el máximo de dinero que llegó a manejar?

-Yo ganaba personalmente, en el año 76, entre 1 y 3 millones de dólares. Estamos hablando de 50 a 60 millones de dólares, a día de hoy. Esa era mi ganancia. Yo manejaba en ese tiempo, entre el 77 y 78, 50 millones de dólares mensuales, unos 500 millones de hoy. Yo diría que cuando Pablo [Escobar] coge su apogeo en los momentos más fuertes de él, manejaba 100-150 millones de dólares mensuales. Como nosotros decíamos: traer la cocaína y venderla era la cosa más fácil del mundo. Lo más difícil es qué hacemos con el dinero para que podamos mantener el dinero.

-Con semejante fortuna, ¿cuáles fueron sus mayores excentricidades?

-Yo llegué a tener todo lo que quería. Un cumpleaños fuimos a Colorado a esquiar. Yo no tomaba, pero era mi cumpleaños, y este amigo mío empieza a festejar con champagne. Empezamos a tomar y me dio fuerte… No podía esquiar. Y la esposa me dice: «¿Si no quieres esquiar qué quieres hacer?». Le digo: «Tú sabes que me gusta mucho este lugar, ¿por qué no vamos y compramos una casa?». Dimos unas vueltas, y compramos una casa. Cuando fuimos a bautizar a mi hija, en ese tiempo eso sí era importante en lo que era Miami, para tú demostrar quién era el que más tenía y el que más podía tenías que dar la fiesta más grande, sea una boda o un bautizo. En ese tiempo el club más famoso del mundo era Regines. Habían tres: uno en Madrid, uno en Miami y otro en Nueva York. Entonces para el bautizo de mi hija yo cerré el nightclub entero. Estamos hablando del año 86. Me costó 100.000 dólares nada más cerrarlo. Servimos nada más champagne cristal, porque mi hija se llamaba Krystle. Mandé a hacer el vestido de ella y la madre de un diseñador español muy famoso. Los dos los pague 30.000 dólares.

-A esta altura, antes de caer preso, ¿ya estaba conformado el Cártel de Medellín como tal?

-El Cártel de Medellín es un nombre que le dan estando yo preso. Se lo ponen los americanos tras el asesinato de Rodríguez Lara, el ministro de Justicia de Colombia.  Los americanos ven que era un grupo muy organizado que viene de Medellín, como un cártel… Y de ahí sale el nombre. Pero en verdad si uno mira atrás, yo veo eso como un mito. Para nosotros era muy bueno decir «somos el cártel de Medellín». Porque, ¿quién es el cártel de Medellín? Por ejemplo si tenemos un enfrentamiento contra la mafia italiana, una que yo tuve una vez, donde ellos querían que yo le cambiara cocaína por heroína. Yo fui a esa reunión con 22 años, y me dice este jefe, de esa familia muy poderosa en Estados Unidos: «Tú controlas la cocaína, nosotros controlamos la heroína». La querían mezcla. La mezcla se vendía mucho entre los artistas de Hollywood, en la farándula. Entonces me hace esta propuesta y me dice cuánto voy a ganar. Entonces yo lo miro y le digo: «Con todo respeto yo tengo que decir que no. Porque yo no me involucro en un crimen que mata niños». Porque en esos tiempos la cocaína jamás llegaba a la juventud.  Ese hombre me mira, indignado, como «tú sabes con quién estás hablando».

-¿Quién era esa persona?

Bueno, prefiero no nombrarlo. Pero el jefe de una de las familias más poderosas de la mafia americana. Me dice: «¿Tú sabes con quién estás hablando joven?». Yo le digo: «Si. Pero usted no sabe con quién está hablando».  Claro, él se veía una figura grandísima, yo era un niño, tenía aritos, parecía un anormal, un bebé. Y yo le digo: «Mira, este es el problema. Nosotros sabemos dónde viven todos ustedes y todas sus familias. Y ustedes no tienen la más mínima idea de quiénes somos nosotros, y con una llamada yo puedo mandarle a usted mil gatilleros. Y tú no saben quiénes son ni de dónde vienen. Yo les doy gracias por la oportunidad, tengo que decirles que no. Ustedes siguen con su vida, yo sigo con la mía, y no tendremos más problemas». Entonces en momentos así sí te sirve ese título. Pero si tú miras para atrás, lo que es el Cártel de Medellín, en verdad más se enfoca en lo que es el cártel cuando llega Pablo [Escobar]. Esos eran grupos. Estaba el grupo de los Ochoa… Después de nosotros. Porque el primer grupo que originalmente podrían haber dicho «ese es el cártel de Medellín», es el grupo de Manuel Garcés, que eran cuatro personas que controlaban el 95% de la cocaína que entraba a Estados Unidos. Después de ahí salen los Ochoa, sale Gacha, el mexicano, sale Pablo… Claro, Pablo coge la figura mayor porque Pablo es quien le declara la guerra al gobierno sobre la extradición. Pero habían muchos grupos, incluyendo después cuando se unen los Pepes para matar a Pablo, dicen «bueno, ya se acabó el Cártel de Medellín». Porque a Pablo lo mataron. ¿Y los Pepes qué son? Eran parte del cártel de Medellín. ¿Y quiénes son los narcotraficantes ahora?

-¿Usted tuvo contacto con Pablo Escobar? ¿Lo llegó a conocer?

-Si, varias veces. No tuve mucho roce, porque cuando él coge el poder grande yo estaba preso. Y cuando yo salí de la prisión ya yo no podía viajar a Colombia. ¿Pero qué es lo que nosotros hacíamos en ese tiempo? Nosotros traíamos un embarque de 600 kilos, entonces yo en ese embarque le daba la oportunidad a Pablo de traer 200 kilos, yo traía 200 kilos para lo que era Manuel Garcés y yo,  y le dábamos al mexicano. Nunca tuvimos mucho roce con los Ochoa, pero mayormente con Sherry, a quien le decían «el mexicano», y con Pablo, y después con otras personas que también estaban, que tenían su propia organización. Entonces en verdad lo que es el Cártel de Medellín es un mito que existió.

-¿Cómo cae por primera vez en prisión?

-Se nos presenta una oportunidad de traer cocaína de Bolivia. Colombia, en los años 70, no producía cocaína, traía la cocaína en lo que era polvo, en pasta, de Bolivia y Perú, entonces ellos la cristalizaban en Colombia y la mandaban a Estados Unidos. Después Pablo [Escobar] hizo los labores y en Colombia empezó la cosecha, etcétera. Pero de pronto a mí me vienen a hacer una oferta con el Gobierno, la Fuerza Aérea de Bolivia. Yo estaba pagando en el año 77-78 20.000 dólares por un kilo en Colombia. Me ofrecen en Bolivia darme, por cada kilo que pagaba, 10.000 dólares. Entonces cuando yo le presento eso al núcleo de nosotros, me dicen «no queremos que te involucres en eso». Manuel me dijo: «Yo tuve un sobrino que se fue a tratar de comprar cocaína a Perú, y me lo mandaron en una caja». Pero yo estaba loco, no tenía miedo a nada, no me importaba nada y entonces les dije «bueno, yo voy a ver». Y me fui allá a Bolivia, hicimos el trato, y cuando íbamos a traer el primer avión yo había pagado 150 kilos, en ese tiempo un millón y medio de dólares, y ellos nos iban a dar 150… Habíamos ya planeado todas las rutas: el avión tanqueaba en Colombia, de Colombia tanqueaba en Nicaragua, porque teníamos negocios con Somoza, trabajaba para nosotros, y de ahí venía a los Estados Unidos. Yo me iba a Europa, acababa de comprar un Mercedes convertible y lo iba a recibir en Alemania, y me dice el muchacho que yo tenía encargado en Bolivia: «Mira, nos han traicionado. Nada más tienen lo que tu pagaste». Entonces yo, como loco, me monto en un avión y me voy para allá, en uno de los eventos más locos que hago porque le digo a este General, le saco la pistola, y le digo: «Si tu me vuelves a engañar, te voy a matar». Yo tenía 23 años. Y él se ríe y me dice: «O tú tienes los testículos muy grandes o estás completamente loco. Porque tengo el poder de matarte aquí mismo, y nadie te va a ver jamás». Yo ni pensé en eso. Pero me dice: «Te tengo respeto. Llévate este avión ahora y el próximo viaje yo te lo voy a dar todo el crédito». En esos tiempos no habían vuelos entre Bolivia y Colombia todos los días, sólo dos o tres días a la semana, y yo tenía que llegar a esta reunión que tenía con Somoza en Nicaragua. Entonces yo me monté en el avión, una cosa que jamás había hecho. Llegamos a Colombia y Manuel García me dice: «Mijo, tú estás loco». Yo le dije: «Mira Manuel, a mí no me va a pasar nada». Yo me pensaba invencible, que nada me podía pasar. Y yo le digo: «Mira, yo me bajo en Nicaragua, y en Nicaragua Somoza me va a mandar un jet a Santo Domingo, y de ahí me voy para Europa. Nos reunimos allá, y todos transamos». El avión se cae en Panamá. Se rompen los dos alternadores y no podíamos sacar la gasolina que teníamos en una valija dentro del avión hacia las alas y caímos en Panamá. Y cuando caí en Panamá, mirando atrás, el jefe de los pilotos me dice: «Vamos a volar el avión. Usemos la pistola que tenemos de primeros auxilios, y con toda esa gasolina que hay en el avión, lo volamos». Y yo pensaba «no, que me importa a mí, nosotros estamos cerca de la frontera con Costa Rica, yo hago una llamada y ahí tenemos conexiones muy grandes; la pasamos, yo no me voy a perder esto». Estamos hablando en ese tiempo eran 10-12 millones de dólares. Y me dice «está bien, lo que tú digas». Entonces viene un policía… si tú ves en el libro, la foto del avión, el avión quedó clavado… nosotros pensamos, a tres mil pies fuimos para abajo.

-¿Salieron ilesos?

-Cuando aterricemos yo pensé que me había muerto. No sabía si eso era el infierno, el cielo, o dónde estábamos. Después me di cuenta que no, que no había pasado nada. Salto del avión. Viene el jefe de policía de ese pequeño pueblo de Panamá, y le digo: «Mira, nosotros somos ganaderos, estábamos viendo una finca, tuvimos un accidente. Mientras esperamos que arreglen el avión, ¿tú me puedes llevar a un hotel?». Y me dice «si, con mucho gusto». Y le digo: «Mira, aquí tengo los pasaportes, ¿me los puedes sellar, como que llegamos?». Bruto yo, y absurdo. No tuve en cuenta que tenía que mandarlos a Panamá. Cuando mandó mi nombre a Panamá, ahí salió que yo era buscado, estaba identificado como un narcotraficante muy grande. El DEA inmediatamente le dijo «deténlos». Vinieron a Panamá… yo ya sabía que había un problema. Nos arrestan. Y yo digo «no importa». Como yo estaba acostumbrado a comprar a todos en los países de América Latina les dije a los pilotos que no se preocuparan «de aquí salimos pronto». Me mandan al fiscal general de la nación, y cuando viene el fiscal general de la nación, yo le digo: «Mira, no vamos a hablar bobadas. No me preguntes qué estamos bajando, simplemente necesito dos números: cuánto me cuesta salir de acá y cuánto me cuesta comprar la cocaína. Él me mira, se ríe, y me dice: «Mira, la cocaína Noriega ya la vendió, y cuesta 250.000 dólares para que tú salgas de acá. 150 por tí, y 50 por cada uno de los otros dos». Le digo: «Dame un número, y pasado mañana te tengo el dinero acá». 250.000 dólares es como decir dos millones de dólares hoy en día. Él viene al otro día y nos dice: «No te preocupes, yo ya di la orden de deportarte. Te van a llevar a la ciudad de Panamá, el DEA va a hacer que nosotros te interroguemos, mantente firme con tu historia y nosotros te deportamos a Costa Rica».

-¿Recuerda el nombre de ese fiscal?

-No, el nombre no lo recuerdo. Pero su mejor amigo que nos mandó, el abogado que nos manejó todo, se llamaba Moncada Luna. Entonces yo voy y le digo a los pilotos: «Simplemente vamos así, esta es la historia, mantén esta historia, nos van a golpear un poco, pero al otro día nos vamos a Costa Rica y en Costa Rica ya nos están esperando». Nos llevan a una oficina en Panamá y traen a un muchachito. Estábamos nosotros sentados en una silla pegada a la pared, y traen a un muchachito que tenía la mitad de mi peso y pequeño, lo desnudan, y con un palo de escoba, se lo ponen por el ano, y le salió sangre por todos lados. Y nos mira el interrogador y nos dice: «Y esto fue por 50 libras de marihuana». Imagínate, lo nuestro era por 150 kilos de cocaína. Nos separan, los gringos, los pilotos americanos hablan. Dicen: «Mira, no sólo Jorge Valdés es el narcotraficante más grande de los Estados Unidos, sino que acaba de sobornar al fiscal general de la nación». Cuando eso pasa, a ellos lo sueltan y a mí me llevan, y al jefe de ellos, a una casa que se llamaba «La modelo», en Panamá. Y nos empezaron a torturar por 30 días. Al punto que casi nos matan. Yo por cinco años, después de eso, cada vez que iba al baño sangraba.

-¿Qué tipo de torturas recibió?

-Aparte de golpes, estuvimos desnudos en una celda donde no había agua, no había inodoro, no había nada, sino un piso de cemento. Nos esposaban en la espalda… Una que nos hicieron fue con una varilla de ganado, nos la aplicaban en los testículos. Saltabas de este tamaño, o te desmayabas, y caías. Y cuando te despertaban de nuevo te golpeaban. Caí inconsciente unas 20 veces. Ahí pasé 28 días en Panamá. Hasta un día que yo le digo a uno de los interrogadores: «Dile a Noriega que me mate, porque sino cuando yo salga lo voy a matar a él y a toda su familia». Yo lo que quería era que me mataran, porque la verdad yo ya no podía aguantar más los golpes. Y yo sabía que yo no iba a hablar. Entonces a los tres días vino Noriega, y me dijo: «Mira, el tema es que pagaste a la persona equivocada, y no me eches la culpa a mí, échasela a los pilotos que hablaron. 200.000 dólares más, 100 por cada uno de ustedes, y yo te suelto». Entonces de nuevo mandé a buscar el dinero, nos soltó, nos llevó al aeropuerto de Panamá… Lo que no nos dijo es que tenía a la Interpol esperándonos para mandarnos a Estados Unidos. Nosotros que pensábamos que nos íbamos a Costa Rica, de pronto vienen 30 agentes de la Interpol, nos tratan como un saco de papas y nos tiran al avión, y nos mandan para Miami. Llego a Miami donde me encausan como el narcotraficante más grande de la historia de los Estados Unidos de ese tiempo, me dan la fianza más alta de la historia. Una fianza normal en Estados Unidos eran 50.000 dólares, a mí me dieron 7 millones de dólares. A día de hoy, unos 100 millones. Yo tenía 23 años. Acababa de cumplirlos hacía un mes.

-¿Cuánto tiempo estuvo detenido a partir de ese momento?

-Estuve detenido… Fui a juicio, me echaron 15 años de condena, pero como en ese tiempo la ley era de que si tú nunca habías cometido un crimen… Yo no tenía ni una infracción de tráfico. Cumplías una tercera parte de tu tiempo, y las otras dos terceras partes las haces bajo palabra. Cumplí esa vez cinco años y seis meses, casi siete meses en total. En la prisión la pasé divino.

-¿Ya en ese tiempo era considerado el narcotraficante más grande de la historia de Estados Unidos?

-Sí, lo que fue finales del 76, hasta el 79.

-¿Y a todo esto usted tenía contacto con su familia o la actividad del narcotráfico los separó? ¿Cómo se dio la relación?

-Nunca nos separó porque nosotros éramos una familia muy unida. Lo que sí, le causó mucho daño a mi madre. Para ella, en su imagen, yo estaba cometiendo los peores crímenes… No era para lo que ella había sacrificado tanto para traernos a Estados Unidos, darnos una educación… Ella no veía la razón por la cual yo escogí ese camino sabiendo que tenía muchas otras oportunidades. Pero, sin embargo, nunca dejó de hacerme saber de que era mi madre, y que yo tenía mi casa. Lo que nunca aceptaron fue un centavo de mí. Mi padre y mi madre murieron en la misma casa que compraron con su labor, una casa pequeña de 30.000 dólares, que vale hoy en día 70-80 mil dólares, cuando yo tenía mansiones de 2, 3, 4 millones. Yo tenía novias viviendo en mansiones de millones. Pero sin embargo ellos: «Tú eres nuestro hijo, pero todo eso que estás haciendo no es lo que nos agrada». Y nunca trazaron esa línea.

«Hoy cambia mi vida»

Pese a esta vida llena de lujos, poder y excentricidades, hubo un momento que llevó a Valdés a decir «basta», «nunca más». «El sentido de suciedad tan grande que tenía…», reconoció. Una sensación que no sintió siquiera cuando se enfrentaba con los peores dictadores de la época, o con los capos de la mafia italiana. La responsable fue Krystle, su hija. A partir de ahí comenzó una vida de cambios. Se desligó de la actividad del narco y se apegó a la religión. Después de lo vivido, Dios pasó a ser el eje central de su vida.

¿Hoy en día no hay personas o grupos que lo busquen para volver a involucrarlo en este negocio? ¿Cómo logró despegarse?

-Yo tenía un amigo cubano que se había ido del negocio de la marihuana. Era de la vieja guardia. El narcotráfico que empieza en Miami surge con la marihuana de aquellos jóvenes que querían invadir a Cuba con la Bahía de Cochinos, y se volvieron narcotraficantes. Entonces yo hablaba con él y le decía: «¿Cómo tú te quitaste?». Y él me dice: «Jorge, ¿tú sabes qué? Es como estar en estado de encinta. O estás encinta o no estás encinta.  Si te quitas, te tienes que quitar radicalmente». Él luego se mudó de Miami, y eso siempre me quedó en mi mente. Y a través de una serie de eventos donde… Por ejemplo, el primero grande… Yo tenía que ir a California, como iba todos los meses, y ese día llego a mi avión con mi guardaespaldas Erik, y yo me había levantado perfecto. Antes de montarme al avión me empiezan a dar vómitos y diarrea. Me meto como media hora en el baño del aeropuerto, hasta que llego y le digo: «Mira Erik, vete tú. Yo no puedo ir porque en el vuelo me voy a morir, y yo voy la semana que viene. Trae el dinero que hay allá». Y él se va y lo matan. Estaban esperando para matarme a mí, y lo matan a él. Y en la funeraria… yo había bautizado a su hijita. Su hijita me mira y me dice: «Padrino, mi papi se fue con Jesucristo. Y fue la primera vez, desde los diez años de edad, cuando yo salí de Cuba que fue la última vez que yo lloré en ese aeropuerto, que una lágrima cayó de mis ojos. Y yo me decía: «Primero, si Dios existe, Erik no está con Dios. Pero más importante, ¿cuándo mijita le va a decir eso a alguien, y más nunca va a ver a su padre?». Y como a los tres meses de eso, mi ex esposa… yo tenía a mis hijas por dos semanas, y ella dos semanas. Yo se la acababa de entregar dos días antes. Yo estaba en mi finca, enfiestando con unas artistas de Hollywood, y a las 12 de la noche me dice el jefe de seguridad: «No puede creer esto. Tu ex esposa acaba de dejar a tu hija en la portada». «¿En la portada? ¿Está loca?». Yo la entro. En ese tiempo la casa mía, en mi finca, medía 2.000 metros cuadrados. Yo la entro, y llamo a una de las sirvientas, y le digo: «Mira, llévala para su habitación. Y asegúrate que no salga de ahí. Ponla a dormir». Como a las tres horas, no sé lo que pasa, ni cómo, yo hubiera entregado un millón de dólares si alguien podía acercarse a diez metros de la puerta de mi dormitorio. Y empezó a tocarme: «Papi, soy Krystle». Y fue la primera vez en mi vida que me dio una suciedad tan grande en mi corazón, porque yo veía a esta niña, que era lo único que quedaba en mi vida puro, llorando por su papi y yo no pudiendo abrirle la puerta porque la iba a contaminar. Saqué a las mujeres, las mandé fuera de mi habitación, por la ventana y me metí en la ducha y no podía lavarme. El sentido de suciedad tan grande que tenía. Porque yo veía mi vida y decía: «No lo puedo creer. Al punto que yo he llegado en mi vida». Un muchacho que viene de buena familia, de buenos padres, una gran educación, y mira en lo que he caído. Pasaron como dos horas, y cuando salí a buscar agua, abro la habitación y ella estaba llorando en el piso. Y ese día dije «hoy cambia mi vida».

-¿Esto en qué año fue?

-En el año 87.

-¿A partir de eso cambió su vida?

-Yo no sabía cómo iba a cambiar mi vida. Lo único que sabía es que si estaba yendo hacia el norte, ahora iba a ir hacia el sur. Lo primero que hago es llamar a mi madre para dejarle saber que mi vida iba a ser diferente. Y yo me acuerdo oir a mi madre decirle a mi padre: «Dios escuchó mis oraciones». Y yo decía: «¿Dios? ¿Qué Dios, si no existe?». Llamé a Manuel Garcés, que era el jefe de nosotros, y le digo «ya, no doy más». Y yo pensé que, no él, pero quizás otros vinieran y me quisieran matar. Porque el pensar es que el muerto no habla, y como ya no tiene control de mí… Pero cuando yo me quito, me quito radicalmente. Y me mudé de Miami para mi finca, y no salí de ahí en tres años.

-Para terminar, mirando para atrás, ¿hay algo de lo que se arrepienta?

-Lo que más alegría me dio hacer este libro fue de que me dio la oportunidad de reflexionar en mi mundo 40 años atrás. Yo tengo 62 años, esto pasó cuando yo tenía 22-23 años. Esta es una pregunta que me hacen mucho: «¿Si tuvieras que hacerlo de nuevo, lo harías? ¿Te arrepientes?». Reflexionando sobre esa pregunta, es un tema que todos debemos reflexionar. ¿Y cuál es la reflexión? Si tu me preguntas a mí, si extrañas yendo a un club, viendo la mujer que más te gusta y decirle a tu guardaespaldas «dile a este que se vaya, que ella está conmigo, ¿qué hombre no extraña eso? Si la decisión más difícil por la mañana es ver qué carro manejar, ¿quién no extraña eso? El poder, que es la droga más adicta, claro que lo extraño. Lo que no extraño son las consecuencias que todo eso trae. En la vida es imposible decir que hubiéramos hecho si no tomábamos esa decisión. Yo no quiero ver cómo sufrieron mis padres, mis hijos que vieron a su padre pasar 11 años preso, las torturas, todo… Claro que no quiero haber pasado eso. Pero si eso no pasa, ¿tuviera la esposa que tengo ahora, que adoro, de 24 años? Los hijos que tengo ahora; las millones de personas que fueron ayudadas con mi primer libro que saqué en el año 1998. Entonces qué es lo que yo digo en la vida. En la vida no podemos arrepentirnos ni celebrar decisiones. La vida es un camino, y cuando vemos que ese camino no es el que a tí te han enseñado, no es el camino que tú tiene que tomar, pues tú paras. Las consecuencias del mal que yo hice, claro que las sufro y las sigo sufriendo, y es necesario sufrirlas. Porque sería muy  injusto cometer los crímenes que yo cometí, me arrepentí, pagué once años de cárcel, y ya todo está bien. Yo entregué todo lo que tenía al Gobierno: más de 60 millones de dólares. Salí sin un centavo. Cambié mi vida en el sentido de que saqué un doctorado en Biblia, después cree una empresa, la hicimos multimillonaria legal. Entonces, ¿cuál es el mensaje? Arrepentirnos, nos podemos arrepentir, podemos vivir una vida arrepentida. Pero lo importante es que cuando seguimos un camino lo que nos encontramos es una pared, es mejor echarse atrás y no seguir dándose contra la pared. Aprender, y sobre todo una persona como yo creyente, creer en una cosa muy grande que es Dios. Y que Dios, de todos los males del mundo, va a sacar un bien. Vivo consciente de las consecuencias. Sé lo que es recibir una llamada en medio de la noche de que tu hijo se murió de una sobredosis de droga; sé lo que es recibir una llamada para decirte que a una hija tuya te la violan, y tú tener el poder de matar a esa persona y no hacerlo, porque «ahora eres cristiano»; y muchas cosas. Pero al mismo tiempo le agradezco a Dios de que cuando vi que iba por un camino malo, cambié mi vida, me dio una oportunidad, sufrí 11 años de cárcel, sufrí muchas cosas, pero me dio la oportunidad de reinventarme.

reseñado por Infobae