La corta vida y la maravillosa obra de Mozart, el genio al que llamaron «el músico de Dios»

Mozart

Mozart vivió apenas 35 años y compuso 626 obras maestras. Pertenece a la raza de los más que humanos.

«¿Cómo, si no, podría manifestarse la Divinidad, a no ser por los milagros que se producen en algunos hombres, que no hacen sino asombrarnos y desconcertarnos?»
(Johann Wolfgang von Goethe, 1749–1832)

Con algunas –y bellas– palabras más, el autor de Fausto quiso decir lo que millones sostienen: que Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart fue «el músico de Dios».

Y si se duda o no se cree en Dios…, sería injusto negar que Mozart fue un monstruo de la Naturaleza. Acaso un extraterrestre que –como Shakespeare– fue enviado a este mundo desde otra galaxia para hacer que la vida valga la pena…

Porque sólo así, irracionalmente, puede explicarse una cuenta que no cierra: vivió apenas 35 años, y dejó en los pentagramas… ¡626 obras!, y en todos los géneros: ópera, sinfonía, concierto, música de cámara, sonata para piano, concierto para piano, cuarteto de cuerda, música sacra y música clásica…, y un réquiem inconcluso –interrumpido por su muerte terrenal el 5 de diciembre de 1791.

Pero hubo dos Mozart. El compositor celestial, alejado de toda miseria humana, y el genio atormentado largamente por la mala paga, por los caprichos de príncipes, emperadores, y ciertos mediocres maestros de música al servicio de las cortes: por otra parte, un destino ineludible para que su bolsa cayeran los florines indispensables para comer y vivir bajo un techo digno. Algo que no siempre tuvo…

Joseph Haydn escribió: «La posteridad no verá otra vez un talento como el de Mozart en cien años». Y quizá fue avaro en el elogio…, porque además, niño apenas (cuatro años), tocaba el clavicordio, y poco después el clavecín y el violín.

Aunque el talento, el genio, no exigen ser probados a edad precoz, a los 8 años compuso su primera sinfonía, y su primera ópera, a los 14.

Cualquiera que haya visto al menos una ópera en toda su vida y se haya estremecido ante su complejidad, comprenderá el doble milagro de hacerlo a esa edad…

Y por si el asombro exigiera otra prueba… 33 de sus 68 sinfonías las compuso entre los 8 y los 19.

Decenas, tal vez cientos de biografías se han vertido sobre él, y no siempre sujetas a exactitud. Por ejemplo, suele repetirse que Leopold, su padre, segundo maestro de capilla al servicio del príncipe arzobispo de Salzburgo, además de su profesor fue un tirano que lo obligó casi desde la cuna a dominar instrumentos, y que poco después de cumplidos los 6 años lo paseó por las cortes de Europa «como un mono de circo» (sic), según recopiladores poco serios.

En verdad, asombrado también él por la memoria prodigiosa de su hijo, capaz de descifrar los secretos de cada instrumento, componer pequeñas piezas, pasar horas sobre el teclado como otros niños sobre sus juguetes, y oír una pieza sólo una vez y reproducirla sin fallas sobre el pentagrama, no sólo creyó un deber mostrar ese prodigio al mundo: ¡dejó de componer! Pero no como una derrota: como el mayor homenaje a ese hijo. Que además, lo mismo que su hermana Maria Anna, sobrevivió al flagelo de la mortalidad infantil que le arrancó otros cinco hijos…

Las primeras testas coronadas que se inclinaron ante el pequeño niño prodigio fueron las de Munich y Viena. Luego, toda la familia se lanzó a fatigosos viajes, por caminos a veces imposibles. Tres años y medio de gira, penosos muchas veces en fatiga y falta de dinero, pero que nutrieron a Wolfgang como alimento clave para su carrera. Oyó orquestas célebres, música francesa, música inglesa. Estilos y rasgos que, como siempre, absorbió como esponja…

Y con encuentros gloriosos: en Londres conoció y se reunió varias veces con Johann Christian Bach, que influyó notablemente en él.

Anécdota inmortal. En Versalles, padre e hijo tocaron ante el rey Luis XV. Su amante, madame de Pompadour, no quiso que el niño la abrazara por miedo a que ajara su costoso, exorbitante vestido. Pero Wolfgang le susurró a su padre:

–Fue una suerte, porque esa mujer olía muy mal…

(Episodio que describe la proverbial falta de higiene palaciega, ocultada por la creciente industria de la perfumería)

Durante una escala en Munich conoció y se enamoró de Aloysia Weber, notoria cantante, pero ella lo rechazó dos veces y se casó con el actor Joseph Lange. Despechado, enamoró a Constanze, la hermana menor. 
Se casaron –a pesar de la oposición de Leopold y de Anna Maria Perlt, sus padres, que detestaban a los Weber– el 4 de agosto de 1782. Wolfgang tenía 26 años. Ella, apenas 16… Pero a pesar de los prejuicios paternos, estuvieron juntos hasta la muerte del genio, tuvieron seis hijos, pero sólo sobrevivieron Karl y Franz…

Mientras el genio asombraba con la belleza de su música, un extraño rasgo de su personalidad explotaba en las cartas a su hermana, Maria Anna (llamada «Nannerl» por la familia): eran fuertemente escatológicas. Cuesta describirlas sin caer en lo más soez y desagradable…, pero valga un dato: describían sin omitir detalles, y jocosamente, sus funciones estomacales…

Alguien le reprochó esas cartas, su tosco comportamiento social, y su costumbre de condimentar su conversación con palabras vulgares, insultos, carcajadas salvajes. Su respuesta es famosa:

–Yo soy un hombre vulgar, pero mi música no lo es.

Los vaivenes de dinero lo persiguieron toda la vida, a pesar del éxito de sus óperas, sus conciertos, su fama. Después de casarse, él y Constanze alquilaron un lujoso departamento en el centro de Viena, pero seis años después debieron refugiarse en un alojamiento barato del barrio suburbano de Alsergrund.

Dicha sea la verdad: en 1984 y con su film monumental, eterno film Amadeus, el director Milos Forman reescribió la vida de Mozart hasta un punto mágico: aunque la realidad haya sido distinta… siempre será más creída esa ficción que pide ser vista cien veces.

Por cierto, la estructura del guión del británico Peter Shaffer exigía un narrador, y fue elegido el mejor camino: esa prodigiosa vida, narrada por un anciano Antonio Salieri, que envidioso de Mozart le pregunta a Diós por qué, por qué, por qué lo castigó poniéndole delante a ese monstruo irrepetible. Y ya cerca de la muerte, confiesa que envenenó a ese odiado y al mismo tiempo amado genio…

Pero la realidad es mísera al lado de esa maravillosa historia. Salieri fue un compositor y director de orquesta de talento: produjo música sacra, clásica, ópera. Pasó la mayor parte de su vida en la Corte imperial de Viena como maestro de capilla. Seis años mayor que Mozart, fue profesor de Beethoven, Listzt, Hummel, y una ópera suya, L´Europa riconosciuta, inauguró el teatro Nuovo Regio Ducal, luego el célebre Alla Scala Milano.

No sólo fue amigo de Mozart: compusieron juntos algunas obras. La supuesta rivalidad nació de un antiguo encontronazo: Salieri hizo pesar su trayectoria y lo desplazó como maestro de una princesa. Eso fue todo…

El 5 de diciembre de 1791, cerca de la medianoche, Wolfgang, cuya salud empezó a resquebrajarse en Praga tres meses antes, sufrió un golpe de fiebre fatal, perdió el conocimiento, y murió cinco minutos antes de que las campanas anunciaran la primera hora del 6…

Según Sophie, la hermana menor de Constanze, sus últimos suspiros «parecieron imitar, con la boca, los timbales de su Réquiem».

Su funeral: en la catedral de San Esteban… donde casi una década antes se casó con Constanze.

Milos Forman, en su Amadeus, trazó un patético, solitario, desgarrador entierro…, pero no fue así.

De tercera categoría, ya que el dinero se había agotado y murió con deudas, costó ocho florines. Lo enterraron al anochecer: féretro en coche de ocho caballos hasta el cementerio vienés de St. Marx, y allí, sepultura en una fosa común llamada «comunitaria».

Es posible, sí, que su cuerpo haya sido cubierto con cal viva, como se ve en el film. Era una defensa contra las pestes, tan comunes e indomables en esos años.

Además de su mujer y la hermana, lo acompañaron cinco músicos… encabezados por Salieri.

Mucho se especuló sobre la causa de su muerte: fiebre miliar aguda, triquinosis, influenza, envenenamiento con mercurio. Sin embargo, lo más certero sería fiebre reumática aguda: un mal que ya en la infancia le causó varios ataques, y que acaba por aniquilar las válvulas del corazón.

En cuanto a la leyenda del misterioso enmascarado que golpeó a su puerta para encargarle el Réquiem que Mozart no pudo terminar… no era un enviado de la muerte, como Milos Forman reconstruyó en una secuencia estremecedora. Fue encargado por el conde Franz von Walsegg, un personaje melómano, excéntrico y falsificador: compraba obras ajenas, borraba de la partitura el nombre del autor… y la firmaba él para deslumbrar a sus amigos en su castillo.

Mozart amaba el baile, el billar –en los buenos tiempos tuvo mesa propia–, el vino, las fiestas y todos los instrumentos musicales… ¡menos la flauta!
De ella dijo:

–Sólo hay algo peor que una flauta: ¡dos flautas!

(Post scriptum. Ni una palabra para los conocedores de Mozart. Ni una para sus amantes. Pero sí algunas para los no iniciados. De a poco o de golpe, según el bolsillo, comprar sus óperas, sus sinfonías, sus conciertos: todo maravilla, nada defrauda. Y si alguien, desconfiado o escéptico, necesita oír para creer… compre solo la serenata número 13 en Sol Mayor llamada Pequeña música nocturna. Su aparente simpleza, su brillo y su encanto pueden doblegar al incrédulo más cerril, y hasta derribar montañas), reseña Infobae